Da igual que se vaya uno de España una semana o un mes o hasta un año. A la vuelta la sensación que se apodera de uno es que todo sigue igual. Igual de mal, claro.Que nadie se mueve, que todo se embarra cada vez un poco más, que nada se aclara, que ni se toma medida alguna ni parece haber otra cosa que palabras, palabra, siempre las mismas palabras, siempre el mismo discurso. Porque ni siquiera eso lo cambían. Hastio y agotamiento es la sensación que me atrevo a calificar de generalizada.
Los asuntos los mismos, los nombres propios recurrentes, con el señor Garzon siempre en portada, y el Constitucional dando largas, los mensajes identicos, sacudiendose con el Gurtell y los otros queriendo sacudirselo de encima.No hay, no se percibe sintoma de esperanza. Que escampe parece ser el único horizonte pero lo cubre todo es la ceniza del volcán. Y no la de ese islandes que nos ha rebajado los humos a los soberbios europeos y sus maquinas voladoras. No es ceniza de la nuestra, de nuestro paro, de nuestro deficit, de una empresa cerrando a cada hora y las otras aguantando a ver si al menos llegan a la siguiente, la de los sindicatos enrocados, la de los empresarios sin cabeza y la de los globos sonda gubernamentales.
Vamos arrastrandonos penosamente y ya ni siquiera se contesta más que con un gesto de cansancio incrédulo a las apelaciones de que lo peor ha pasado. «Sí.- dice una amiga mia, que de esto de la economía más que yo sabe.- y lo malo está aún por llegarnos.