En este blog hemos puesto a caldo al cine expañol oficial. Hace poco he visto una película de un director español que, de verdad, merece la pena.
¡Increíble! Actores en una película española a los que se les entiende lo que dicen. Ni una escena de sexo. No va de la guerra de civil. ¡Es como escuchar las canciones de Nino Bravo: calidad y buen gusto!
Se trata de Vivir para siempre, de Gustavo Ron. Cuenta las últimas semanas de vida de un niño con leucemia. A mí, como padre, me conmovió. Os lo repito: muy recomendable. Alguien pensará que es como Planta 4ª, de Antonio Mercero, pero ni punto de comparación; ésta estaba llena de lo que los adultos progres creen que son los niños: palabrotas, sexo, cabreo, gamberrismo… En Vivir para siempre hay una elegancia y un respeto al ser humano, que los directores españoles honrados por el establishment, como Almodóvar y Bigas Luna, jamás han tenido. ¿Recordáis Mentiras y gordas?
Os dejo dos párrafos de una crítica escrita por Juana Samanes:
Sam tiene 11 años y le encanta recopilar historias de todo tipo. Sam quiere saber cómo se sienten los adolescentes, viajar en un dirigible o conocer el sabor del primer beso, pero Sam tiene leucemia y no está seguro de si tendrá posibilidades de experimentar todas estas cosas. Menos mal que su amigo Félix, también enfermo, y su familia parecen dispuestos a ayudarle.
Vivir para siempre es alegre a pesar de su dramatismo porque, desde su arranque, su protagonista no se queja de su situación sino que acepta que tiene poco tiempo y muchas cuestiones sin resolver. Esas diez preguntas sin respuesta que se hace Sam a lo largo de la película nos las podríamos hacer cualquier adulto…Preguntas de contenido teológico del tipo de: ¿Por qué hace Dios que los niños enfermen? ¿Por qué tenemos que morir? o ¿Adónde te vas cuando mueres? Pero, al mismo tiempo, Sam es un niño lleno de vida que, antes de morir, sueña con unos deseos propios de un muchacho de su edad.
