En el alcorque de un almendro que planté el año pasado junto a la cabaña vi hace una semana que había excavado su madriguera un conejo. Ayer la encontré tapada. Ha resultado ser una madriguera de cría. La coneja ha parido dentro su camada y cubierto de tierra y piedrecillas su boca de entrada. Los gazapos tardarán en salir unos veinte días. Tendré que tener cuidado de que mi perro Mowgli, no la escarbe.
De las colmenas en el cercano romeral, rebosantes de ganado esta primavera propicia, han salido varios enjambres con los que hemos repoblado los que habían sucumbido durante el invierno. Uno de ellos, pequeño, el último en volar, de los que llaman “tabardillos”, se había enracimado en una joven encina. Estuvo allí durante la mañana y luego hizo ya un segundo vuelo más lejano. Al tercero y definitivo se instalará, con su nueva reina, en alguna hendidura rocosa o en el tronco hueco de algún árbol viejo.
Pero uno de esos enjambres primaverales ha tenido otra idea y ha acabado justo bajo mi cama. Llegó en ese vuelo nupcial hasta la cabaña y encontró un inmejorable acomodo penetrando por una rejilla de respiración al vano que queda entre la tablazón del suelo de madera y la plataforma de hormigón y piedra sobre la que se sustenta el edificio. O sea, que han encontrado casa en los cimientos de la mía, exactamente bajo mi habitación y mi cama. Allí están ahora construyendo, celdilla a celdilla, sus panales, donde en unos la reina pondrá sus huevos y en otros las obreras almacenaran la miel.
Trajinan todo el día, del amanecer al crepúsculo. Al atardecer hay un regreso masivo desde los vecinos romerales, aliagares y tomillares en plena floración. He decidido, tras algún miedo, dejarlas en su paz y sus quehaceres. No puedo capturar el enjambre y no quedaría otra solución que su exterminio fumigándolas. Veremos de no molestarnos y en otoño les cobraré alquiler. Abriremos un hueco en el muro y reptaremos, protegidos eso desde luego, con trajes y caretas que nos salven de su ataque, para sacar algunos panales. Les dejaremos los suficientes para que tengan alimento durante el invierno. Confío en que al llegar la próxima primavera hayan prosperado y salga a la luz un enjambre hijo suyo que repueble estos montes de la Alcarria, aquí en las faldas de la Sierra de Altomira, por el lado de Guadalajara.
Al conciliar el sueño pienso que no deja de ser un privilegio inaudito poder dormir sobre una colmena de estos animalillos que cada día me maravillan más y cuya existencia es imprescindible para la nuestra, aunque no lo sepamos. Ellas permiten la vida al polinizar las flores y el sabio Einstein afirmó por ello que si desaparecieran esta no tardaría en seguir su misma suerte en toda la Tierra. Son las “celestinas” máximas de la Naturaleza.
Pero si he de cuidar que el Mowgli no haga daño a los gazapos del almendro, será él quien deba tenerlo con estas nuevas vecinas.
P.D. Hace ya tiempo que oía al autillo en las noches pero no había escuchado durante el día la voz del cuco. Este atardecer, primera luna llena de la primavera en el cielo, lo he sentido sonar en el barranco de Miguelrubio. Lo estaba echando de menos.