Uno de los rasgos esenciales del sectario es su absoluta negativa a suponerlo ni por un instante de si mismo y sí considerar como a tales a todos aquellos que no comulguen con los postulados y rituales de su secta.
En estricta justicia, todos acarreamos nuestra carga de sectarismo, pues quien más quien menos anhela estar en posesión de cierta verdad. Pero hacer este ejercicio de honradez intelectual supone, amen de un indudable peligro, el colocarse en inferioridad de condiciones con respecto a los sectarios. Pues un sectario lo será en relación inversamente proporcional al reconocimiento de tal condición y utilizará la «debilidad» de ese reconocimiento por parte del otro, para apuntalar aún más sus fes absolutas y absolutistas.