Los bosques españoles tienen duendes. No llevan gorros verdes ni viven en las setas. Estos son duendes de verdad. Son unos pequeños cérvidos, esquivos aunque curiosos, delicados, sigilosos, de pezuña ligera y silencioso transitar. Son los corzos. Y ese su apodo: los duendes del bosque.
Aparecen repentinamente ante nosotros, sin un ruido, sin un atisbo anterior de su presencia. Donde no había nada de pronto allí esta su grácil silueta, allí la hembra con cría o el macho aún más precavido con su puntiaguda y afilada cuerna. Han brotado al claro del monte, al sembrado, a la pequeña pradera entre los arbustos que hasta ese momento los habían ocultado. Allí están ahora y de pronto algo, un suspiro, un soplo, unos saltos, su peculiar ladrido de alarma, sus cuartos traseros emitiendo una señala blanca de alarma y ya no están. Han desaparecido ante nuestra vista. Se han perdido de nuevo en las sombras del bosque, se han disuelto tras un ribazo o se han fundido con las retamas. Como por arte de magia.
El corzo ha protagonizado la mayor recolonización y expansión de una especie en España. En los últimos 30 años su especie ha ocupado territorios donde no se tenía noticia anterior de su presencia, ha vuelto a asentarse donde un día lejano desapareció, se ha multiplicado hasta alcanzar cotas inauditas de población en los lugares más propicios y hasta se ha introducido en parques y jardines de algunas ciudades a nada que hubiera un corredor vegetal que los conectara con los campos vecinos. Hay corzos por todos lados, de norte a sur, en las praderías cantábricas, en las serranías mediterráneas y en las lomas arboladas de nuestras mesetas. Todo les sirve, un redondel de vegetación en medio de los campos de pan llevar, un arroyo con espesa vegetación en la paramera, un buen bosque de robles o una dehesa de encinas, un jaral, un piornal, un chaparral o la alameda cercana a un río. Un mínimo refugio, un algo de sosiego, que ya se encargaran ellos, golosos, de buscar, melindrosos y gourment, el bocado más tierno y el brote más joven. Los espacios boscosos, con buena cubierta vegetal y arbustiva, entreverados entre labrantios son su escenario ideal por lo que el medio agrícola les favorece. No rechazan acercarse a las poblaciones y acudirán a comer a sus cultivos, para desesperación de los hortelanos y a saciar su sed en los abrevaderos de los ganados.
Especie cinegética de cada vez más codiciado trofeo, cuya caza muy selectiva , controlada y reglada de acuerdo a su población y periodos reproductivos, tal condición no sólo no ha sido perjudicial sino a lo que parece altamente beneficiosa para su increíble expansión. Generalmente solo está permitido el abatir machos, aunque ya se otorgan permisos para hembras si hay superpoblación. Entran en celo a finales de verano, momento en que los galanes con los sentidos enturbiados se dejan ver y acercar con mayor facilidad. Su voz, tanto para dar la alarma o para retar a otros machos, semeja a un ladrido entrecortado y algo ronco. Los partos son en primavera. Generalmente un recental o a lo sumo dos. Las corzas han de protegerlos contra predadores como zorros o linces. Ellas mismas han de estar siempre alertar ante los lobos, especie que los tiene como presa predilecta allí donde coinciden sus territorios.
Dos consejos. Si alguna vez, y puede que suceda, se tropiezan con una cría en un pastizal o entre unas matas, no la recojan. No está abandonada, la madre estará muy cerca oculta y esperando que los intrusos se vayan. Si se la llevan no la salvan sino que la condenan, pues morirá a los pocos días. Y otro, en las carreteras donde vean, cada vez mas frecuentemente la señal de su presencia, extremen cuidado para no atropellarlos sobre todo conduciendo de noche, al crepúsculo o al amanecer, que es cuando son más activos.
Ficha técnica: el corzo (Capreolus capreolus) es una especie de mamífero artiodáctilo de la familia Cervidae. Es el cérvido más pequeño de Eurasia.
Su dieta alimentaria consiste en el consumo de hojas de arbustos y árboles bajos, así como bayas y brotes tiernos, mas ram oneador que de pasto aunque se adapata tambien a esta dieta. Alcanza una altura en la cruz de sólo 76 centímetros como máximo y un peso de entre 15 y 35 kilos. Los machos presentan cuernas pequeñas de tres puntas que mudan cada año a principios del invierno y se han terminado de desarrollar ya cuando comienza la primavera. El pelaje es pardo-rojizo en ambos sexos durante el verano, volviéndose grisáceo en invierno, al tiempo que aparece una mancha blanca sobre la grupa. El vientre es de color más claro que la espalda. Las crías presentan un manto rojizo salpicado de numerosas motas blancas para aumentar su camuflaje con el entorno.
Es una especie solitaria, a diferencia de la mayoría de cervidos europeos, que son gregarios. Durante el invierno los corzos son especialmente tolerantes unos con otros, siendo posible ver pequeños grupos en algunas de las áreas, donde el alimento es más abundante. A finales de febrero o marzo se van dispersando. Las hembras viven con sus crías del año. Los machos suelen ser solitarios. En la época de celo, inicios del verano, se vuelven fuertemente territoriales y tratan de mantener a los otros machos lejos de su área de influencia en todo momento, al tiempo que tratan de atraer a las hembras para aparearse con ellas. Lejos de lo que su apariencia hace suponer, la agresividad del corzo frente a otros machos en el periodo de celo es brutal, pudiendo llegar a dar muerte a su rival.
Nota: por supuesto, que mañana habalremos de manifestaciones y la huelga general. Pero hoy, un respiro natural