La Marea de Pérez Henares

«Los vencedores del asfalto»

Casi ni me lo creo despues de tantos años, y no es broma, de espera. Pero al fin ya ha visto la luz. «Los vencedores del asfalto» es mi nuevo libro. Y se lo recomiendo, en especial a los madrileños, con la humildad cierta y verdadera de decirles que lo mejor no está en nada en mis observaciones y palabras sino en las laminas, MAS DE UN CENTENAR, del gran pintor Fernando Fueyo. Se presenta hoy viernes y quiero agradecer el poder hacerlo al tesón de mi amigo Juanjo Cerrón y a la decisión de Ana Isabel Mariño, consejera de Medio Ambiente. Sin ellos me temo que aún hubiera tenido que esperar hasta que celebremos los Juegos Olímpicos.

Hoy, pues, estoy de enhorabuena. El libro se empezará a distribuir de inmediato y a quienes no puedan encontralo y lo deseen les facilitaré la dirección y el contacto de la editorial LA TREBERE. Y por dejarle prubea de que no les miento les acompaño algunas de las láminas que lo hacen un tesoro.

Y les ofrezco el comienzo del texto

«La gran ciudad parece, a priori, el peor escenario posible para la vida salvaje. Y lo es. Todo hace indicar, en principio, que nada “natural” puede vivir en el ella, que nada más alejado de su estructura , su movimiento, su identidad misma y su propia y artificial naturaleza que la Naturaleza misma. Nada parece capaz de sobrevivir libremente, de florecer en su escenario, de transitar por su superficie, ni siquiera de volar por su aire. Pero viven, se mueven, procrean y, desde luego, vuelan.

El asfalto y el cemento son la mordaza que el hombre ha colocado a la tierra, un asfixiante condón que parece debería impedir absolutamente la vida. La gran ciudad es la máxima expresión de ese hábitat, el más hostil perpetrado por el Homo urbanus contra la Naturaleza , el más destructivo del Homo asfálticus contra la vida salvaje, inmensamente más castrador , dañino y aniquilador , por mucha que sea su presunción y se considere así mismo como espejo de amor por lo natural y de conciencia ecologista, que la suma de todos los males que, a lo largo de milenios, pudieron ocasionarle a la Madre Tierra el cazador y recolector paleolítico o el agricultor y ganadero del neolítico.

La gran urbe no solo es la auténtica máquina de contaminación de los espacios que la circundan o de la atmósfera que la rodea. Mas acá en su interior parece la enemiga declarada de la vida natural. Nada parece ahí posible. Ni vida vegetal ni vida animal. Pero , y este es el objeto esencial del libro, resulta que sorprendentemente la vida salvaje existe. Los rebeldes sobreviven, colonizan, ganan batallas y hasta medran .

Existen, aleluya, vencedores del asfalto. La gran ciudad es la demostración mejor de los medios y la capacidad de adaptación de la vida a los ecosistemas más insufribles, de su inaudita manera de aprovechar el más mínimo resquicio, el menor respiro para brotar, crecer y multiplicarse.

Estas líneas que pueden leer a continuación tiene como denominador común la sorpresa y la constatación personal de cómo en el corazón de una gran urbe como Madrid y aprovechando las pequeñas isletas de vegetación en el mismísimo corazón del cemento, de los grandes edificios de hormigón, acero y cristal , entre el infernal tráfico, la contaminación, en la bien llamada “jungla del asfalto” perviven guerrilleros venidos de los bosques limítrofes y partisanos bajados de los montes cercanos capaces de resistir, crear territorios liberados y ocupar con sus nidos los lugares mas inverosímiles. Colonizar en suma el más difícil de los territorios».

Y UN CAPITULO QUE ESTÁ ENTRE MIS PREDILECTOS

La voz de las estaciones


La del ruiseñor, la primavera; la del vencejo, el verano; la del mirlo, el otoño y la del petirrojo, el invierno

El sonido, la música, es algo muy especial y personal. Elegir un canto para cada estación lo ha sido y pido disculpas por ello. Seguro que la mayoría de los lectores difieren en una o hasta en el total de las elecciones. Yo mismo lo he dudado hasta decidirme y ahora muchos otros reclamos parecen llegarme al recuerdo exigiendo su lugar en el espacio. Porque es cierto nunca son una , sino muchas ,y a veces grandes corales, las voces de las estaciones.

Primavera: el ruiseñor
La primavera es era la estación más prestigiada en tiempos de mayor lirismo, aunque vaya cayendo cada vez más en desuso que ya lo dice Ángel González en “Inventario de lugares propicios para hacer el amor” : “La primavera está muy prestigiada pero es mejor el verano”. Con todo uno se queda con lo clásico, con el romance “Si por mayo, era por mayo,/ cuando hace el calor,/ cuando los trigos encañan/ y están los campos en flor/cuando canta la calandria y responde el ruiseñor/cuando los enamorados/va a rendir al amor”. En efecto aquel , aquel de la avecilla que al prisionero “le cantara al albor”. “matómela un ballestero/dele Dios mal galardón”.
¿Cual era el pájaro de desdichada fortuna?. No se sabe aunque suelen inclinarse los expertos por la alondra. Porque a un ruiseñor era difícil ya no que le diera sino que ni siquiera lo viera el malvado ballestero.
Pero es que el ruiseñor, a pesar de que este mundo se afane en destrozar cualquier clasicismo, tan sólo para colocarnos autenticas mugres como modelos a imitar, el es cantor por excelencia, el maravilloso solista, el tenor de la Naturaleza. Con personalidad, con individualismo, como un divo. Aunque al revés que el humano sea este huidizo, tímido, discreto y hasta oculto. En color, una capa pardusca como todo ropaje; en costumbres, hace vida recogida y emboscada en lo más intrincado de la maleza sin querer ser nunca visto y hasta el nido, es muy difícil encontrárselo de tan bien como lo esconde.
Si hubiera que elegir una coral , uno no hubiera dudado en hacerla con los abejarucos. Estos si que van vestidos para la opera con todo el esplendor del arco iris en su plumaje. Saben moverse en el aire y saben cantarle al cielo y a la tierra. Su sonido armónico, al compás del movimiento de la bandada es quizás el más esplendido símbolo de la vida recobrada, de la vuelta de la , por fortuna, inevitable primavera. Son la multicolor coral de una opera italiana y Verdi no los hubiera dispuesto ni vestido mejor para su Aida. Porque ellos, como Aida, también vienen de África. Como muchas aves que han llegado o están llegando antes de la irrupción del gran tenor. Golondrina, aviones, vencejos, abubillas y el cuco.
A este se le oye por abril y uno diría que es casi y sin casi el mensajero, el que nos avisa que estemos atentos a la llegada del trovador. Que estemos atentos en las noches venideras. Porque va a empezar el recital.
Y así es. A los pocos días de que oigamos al cuco una noche oiremos cantar al ruiseñor. Porque el pajarillo recién venido, tímido siempre, al principio de su llegada sólo canta en la oscuridad . Así lo hará hasta entrado mayo. Entonces ya se decide un poco más y ya canta noche y día, con especial intensidad en los crepúsculos y amanecidas. Una melodía potente, con alegrros y arrebatos, con ascensos y descensos, pero siempre mantenida en la belleza .
Y lo hará , como un regalo a la vida, durante todo el tiempo que dure su estancia entre nosotros. Que para recogerlo basta con que callemos un poco y sepamos encontrar más allá del tumultuoso latir de la ciudad, el soto, el rincón del jardín o del parque donde el silencio se recoja un poco para oírlo cantar.
Tendrá que hacer luego, el veterano y afamado cantor, algo más. Y es , nada menos, que enseñar a las nuevas polladas su arte y su canto. Los jóvenes ruiseñores recién salidos del nido no tienen tales destrezas canoras. Han de aprenderla de los afamados tenores. Pero facultades les sobran y les basta el simple estímulo de oír unas melodías ajenas para lanzarse ellos a las suyas e ir poco a poco perfeccionándolas.
Pero no todo cantor es igual ni todo ruiseñor tiene la misma categoría, como cualquier tenor que se precie, ni crea, y esto es lo importante, la misma escuela. Así, si en una determinada zona hay un ruiseñor de extraordinarias cualidades para el canto, todos los pájaros del sector se aprovecharan de ello y el nivel de las interpretaciones mejora de manera generalizada. Por el contrario si el mejor de los cantores desaparece, la nueva generación pierde calidad . Eso hace que mientras en unas zonas el canto tenga una inusitada variedad y registros en otras sea mucho más tosco. Esto, ya lo he dicho, es cosa de individualidades, es cosa de tenores.

Verano: el vencejo

El sonido del verano, el que cuadra con su esencia y su bullicio, también el de los humanos, es el de las bandadas de vencejos haciendo pasadas sobre los aleros de las casas, chillando como niños, alegres de vivir, de volar y de que el cielo sea, precisa e inmensamente, azul.
Con el vencejo habían llegado a la ciudad en primavera sus primos la golondrina, cada vez por cierto en menor número, y el avión que tiene un marcado gusto por la realeza y el arte ( sus más grandes colonias en bajo los aleros de los tejados se encuentran nada menos que en el Prado y en el Palacio de Oriente). En el vencejo, raudo y negro, apenas si nos habíamos fijado. Pero es ahora , cuando ya está bien entrado junio cuando su presencia se convierte en sonora compañía. Tal vez porque los primeros jóvenes ya están volando y tienen ese ansia de los mozuelos de todas las especies de pregonarlo , pero lo cierto es que los vencejos convierten el aire en una algarabía. En una verdadera discoteca aérea donde ellos ponen todo: la música y el baile.
Porque todo en el vencejo es aéreo. Vive y muere en el aire. Hacer apoyado en algo sólido, que no en tierra, lo único que hace es nacer , hacer nacer y echar las plumas. Luego el vencejo ya es , para siempre, viento.
Sus cortas patas y sus largas alas le impedían levantar el vuelo si tiene la desgracia de caer a tierra, a no ser que logre remontarse a un mínimo promontorio. ¡Pero que difícil es que un vencejo caiga a tierra!.
Una vez salidos de sus nidos, normalmente bajo las tejas primeras y mas sobresalientes de los tejados, los vencejos parece como si su vida entera la hubieran pasado volando, como así va a ser. Desde muy jóvenes son unos maravillosos navegantes y unos consumados aeronautas. Allá arriba comen, atrapando cuanta mosca o mosquito se ponga por delante de sus bocas, allá arriba juegan y allá arriba, duermen. Porque los vencejos duermen suspendidos en el aire, duermen en la mejor cama posible, sueñan mecidos por el viento.
Sus evoluciones en las atardecidas no son a veces otra cosa que un irse remontando en las corrientes , hasta alcanzar una altura tal donde en círculos y sin que nadie les moleste, poder relajarse y descansar.
Entonces callan y duermen. Siempre, eso si, con sus largas y finas alas extendidas.
Uno lo ha envidiado siempre. Tanto que en su sueño hubiera querido alguna vez ser uno de ellos:

Allí estará el lecho en que me alcance el sueño del olvido
Y como un vencejo acunado en el aire
Como un vencejo durmiendo suspendido
Junto a la estrella de la tarde
Encontrar en la mañana el nuevo rumbo de mi vuelo

El mirlo, el otoño.

Quedos son en los parques los sonidos del otoño. Se va apagando la luz , los trinos y el verdor. Tiempo de humedad y de hojas secas. Otros colores , no por menos vibrantes y luminosos menos bellos, se apoderan de los árboles . Se han ido ya muchos pájaros y casi no ha venido ninguno. Puede que un día pasen ya altas y lejanas, rumbo al sur, las grullas. Pero aquí en el suelo quedan los de siempre. Y entre ellos el mirlo , al que otras voces taparon en la primavera , es quien , amigo y siempre, cercano, quiere seguir cantándonos.
La canción del mirlo, del viejo mirlo conocido, en el crepúsculo es nuestra propia canción de los otoños. Tiene melancolía, si, pero tiene también un dulce regusto de lo próximo, de lo querido, de lo que abrazamos con cuidado y con ternura.
Canta el mirlo en cualquier seto o posado en aquella rama del madroño y mientras cae la luz parece que nos dice que no tiene porque ser áspera la noche.

Invierno: el petirrojo

Cuando nadie canta, cuando todo calla, y hasta la nieve silencia la tierra y la pisada, el pequeño petirrojo, el txatxangorri, el saltitos , “txan,txan,txan, de pechuga alegre , como si con el no fuera el mal tiempo es cuando canta. Lo hace desde enero y no dejara de hacerlo hasta junio.
Es un tiempo duro ¿y que?. El sabe bajarse a la ciudad desde la sierra cuando el hielo le amenace el corazón . Pero no consiente que le congele la garganta. Con la primera luz inicia el concierto matutino, en el que a veces se deja acompañar por el colirrojo tizón y por el mirlo. Por el día se dedicara, que no es poco, a buscar comida, que en esta dura estación no es cosa menor y hay que aprovecharlo todo, si una araña, pues una araña, y si un insecto, pues insecto. Y si hay un copo de avena, o una miga de la mano del hombre, pero a eso habrá que hacerse. Saltito a saltito , desafiando al frío, con el pecho bravío y rojo por delante, hasta llegar al atardecer y entonces desafiarlo aún mas desde un cobijo cantando hasta bien entrado ya el crepúsculo.
Es un pajarillo valiente y simpático el petirrojo. Y sin pretensiones de tenor resulta ser su canto uno de los mas variado, pausado y placentero que escucharse pueda. Pero ojo con el , si un congénere al oírlo no comprende de inmediato que el territorio ya tiene dueño, el petirrojo hincha el pecho y como si de una bandera de guerra se tratara se lanza al ataque. Es un pajarillo valiente, el petirrojo. Es todo un vencedor del invierno.

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Autor

Antonio Pérez Henares

Ejerce el periodismo desde los 18 años, cuando se incorporó al diario Pueblo. Ha trabajado después en publicaciones como Mundo Obrero, Tiempo, El Globo o medios radiofónicos como la cadena SER. En 1989 entró al equipo directivo del semanario Tribuna, del que fue director entre 1996 y 1999. De 2000 a 2007 coordinó las ediciones especiales del diario La Razón, de donde pasó al grupo Negocio, que dirigió hasta enero de 2012. Tras ello pasó a ocupar el puesto de director de publicaciones de PROMECAL, editora de más de una docena de periódicos autonómicos de Castilla y León y Castilla-La Mancha.

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