Contra gustos no hay nada escrito, pero hay gustos que merecen palos.
Vamos a ver, ¿cómo un espejo puede decir que la jovenzuela delgaducha y con cara de pasmada es más guapa que la rubia despampanante del vestido rojo, que encima es una reina? Yo también lo habría roto, pero por imbécil. Hay espejos que parecen gobernadores del Banco de España o que se han bebido todos los gin-tonics de Escocia.
Yo estoy con la monarquía legítima y absoluta, y más si está cañón, y no con las princesitas demócratas que quieren ser ellas mismas y vivir su vida.