Los camareros de la terraza del Gijón, en el paseo de Recoletos de Madrid, están felices. Finalmente se ha salvado la concesión del café de referencia para muchas generaciones de artistas, bohemios y turistas culturales. Alguien había ofrecido al Ayuntamiento una cantidad exorbitante para quedarse con ella y que era inviable excepto si se buscaban otras cosas más allá del propio negocio. Hubo gran movida intelectual ante el posible cierre y la cosa se resolvió con la renuncia de quien ofrecía lo que en realidad no podía pagar. Así que la cosa ha vuelto a su cauce y a su tranquilidad. Pero con una ardilla.
Llegada vaya usted a saber desde donde, lo más lógico es el no tan lejano Retiro, pero después de haber atravesado y sorteado los peores peligros de la jungla del asfalto y los asesinos rodantes, el animalillo ha encontrado en el paseo de Recoletos, prolongación del de la castellana, su refugio arbóreo y en la terraza del Gijón su casa. Porque por allí anda cada día y desde hace un mes, a horas bastante fijas y en busca de alguna cosilla que los camareros le dan. La han convertido en su mascota, la muestran a la clientela con alegre complicidad y la protegen en lo que pueden de las acechanzas de la gran ciudad. Que parece que se sabe cuidar bastante bien sola, que es una urbanita avezada y mira con cuidado antes de cruzar la calle, que la cruza, hasta que no vienen coches.
Suele bajar al suelo cerca del kiosko, pegada al seto que separa el paseo de la calzada y se la ve lustrosa y muy atildada. Las aves, lo he llevado a un libro no hace mucho, son los grandes vencedores del asfalto. Pero mira tu por donde que me faltaba esta pequeña ardilla. Bienvenida sea y que mucho tiempo nos dure. Incluso que se busque compañía y funde una familia de ardillas “gijonitas”. Seguro que a Alfonso “el cerillero” le hubiera gustado mucho verla.
