La Marea de Pérez Henares

De viernes a domingo …y Las lunas del agua

De viernes a domingo
I
Tras una semana muy dura y un viernes de malas nuevas, quedarme ante el fuego, a su calor, su crepitar y el olor de la encina , sintiendo la lluvia repicando en el techo de pizarra de la cabaña resulta la mejor terapia. El bosque rezuma agua y los resecos romeros resucitaran con ella. Mi ánimo también lo hará.
Mañana las brumas envolverán las faldas y los pinares de la sierra de Altomira. Será hermoso contemplarías.

II
A la mañana le cuesta desperezarse tras la noche de lluvia. Y la montaña se resiste a destaparse de las brumas, como si emperezara y quisiera seguir envuelta entre las sabanas. Por fin, como yo, se desembaraza de los últimos jirones de nieblas y asoma sus verdes recién lavados.
Por el suroeste se abren claros y hasta se ve algún retazo de azul. El sol, aun sin asomarse, se presiente y en algún momento se cuela entre las nubes y echa una mirada por las costeras de olivos y alguna rastrojera que se abre entre el monte, allá donde la sierra se rebaja.
III

Agradécele a la luna estar llena. Agradécele a la noche estar tan clara. Agradécele que recordara que tuve tus colmillos prometidos. Agradece que no quise romper el silencio . Ya te he cazado Pero por algo que yo se y me guardo al volver por el camino de la noche iluminada, no apreté el gatillo. No quise matar en la luna de octubre, que es mi luna. No asomes por la de noviembre, que fue abandono.

IV
El enjambre que durante dos años habito los bajos de la cabaña de madera pereció, para mi tristeza, este terrible agosto de calores y sequía extremos sin flores ni néctar. Lo contemplé, con tristeza, languidecer y finalmente cesó cualquier zumbido.
Mi sorpresa llegó esta mañana de sol, tras los dos días anteriores de lluvias intensas. Un remolino de abejas se apelotonaba en la rejilla de entrada
. Una nueva reina, posiblemente salida de las cercanas colmenas que tengo en un romeral vecino, ha llegado con su pelotón de obreras. Y ahí andan afanosas, habituándose a su nuevo hogar. Pero lo tienen muy difícil. El invierno esta cercano y no tienen ninguna reserva de miel, su alimento. El reto va a ser casi imposible de superar para la nueva colonia. Pero hoy han traído vida y un rumor de compañía.

(Este artículo lo publiqué la semana pasada en mi columna de La Razón y por fortuna se ha cumplido)

Las lunas del agua
Hacia unos meses que no miraba las predicciones meteorológicas para no llevarme disgustos. Tengo por esos mapas llenos de soles la misma aversión que por la “prima de riesgo” y sabía que, con casi total probabilidad, me iba a encontrar el uno lleno de amarillo y el otro de rojo. Así que para qué recrearme en la contemplación de la desdicha.
Pero por fin y dado que comienza mi estación favorita, el otoño, que lo es también por la lluvia, me he arriesgado y para mi alegría parece que viene algún nublo esta semana que viene. Que hasta que no vea envelarse el horizonte, oler el ozono en el aire y sentir el repiqueteo de las gotas sobre la tierra no las tendré yo todas conmigo. Que una cosa es la predica de la isobara y otra el trigo del agua. Pero bueno, por lo menos la anuncian.
Los labradores se guían en esto mucho por las lunas. Si la luna nueva empieza seca poca habrá traído cuando vaya en menguante. Pero si principia metida en agua, suele salir empapada. Y lo mismo con la nieve.
La luna más importantes en ambos casos, gotas o copos, es la de octubre. Lo canta el viejo refrán “la luna de octubre, siete lunas cubre” que puede no tener nada de científico, o sí, que la observación es uno de los principios esenciales de la ciencia, pero lo he visto cumplirse más de una vez. La última para mi gozo, hace unos años, cuando la primera nevada cayó antes de que finalizara ese mes y tuvimos nieve hasta abril. Vamos que aún siguen viviendo fuentes, veneros, calzarizos y pantanos de aquel año.
No parece que vaya a repetirse algo así, dicen que estamos entrando en un ciclo seco, pero al menos tengo la esperanza que estos nublos de principio de otoño sean un preludio y no se queden en las cuatro gotas que no quiten ni la polvisca de los caminos

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Autor

Antonio Pérez Henares

Ejerce el periodismo desde los 18 años, cuando se incorporó al diario Pueblo. Ha trabajado después en publicaciones como Mundo Obrero, Tiempo, El Globo o medios radiofónicos como la cadena SER. En 1989 entró al equipo directivo del semanario Tribuna, del que fue director entre 1996 y 1999. De 2000 a 2007 coordinó las ediciones especiales del diario La Razón, de donde pasó al grupo Negocio, que dirigió hasta enero de 2012. Tras ello pasó a ocupar el puesto de director de publicaciones de PROMECAL, editora de más de una docena de periódicos autonómicos de Castilla y León y Castilla-La Mancha.

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