En el mensaje navideño del año pasado el Rey dijo algo. Este año ha sabido no decir nada. Sus asesores le han envuelto mejor una ristra de grandes palabras pero decir, decir, no ha dicho nada. Ha sido una declamación de grandilocuencias impostadas con la presunta virtud de no mojarse en nada. El problema es que España, él y su corona están mojadas. Empapadas.
No estar de acuerdo con lo que dijo es como no estar de acuerdo en el discursito de Mis Universo que llama a la paz en el mundo y a que seamos todos buenos. Ese era el discurso que nos hacia siempre Zapatero y desde el pasado 12 de Octubre, cuando el heredero dijo aquello de que no había problema en Cataluña, ese parece ser el argumento esencial de la Zarzuela. Porque lo de la crisis, Majestad, ya sabemos todos que es muy mala.
Al rey no le pide nadie que tome partido. Es más, se le exige lo contrario. Pero si lo tenemos como Jefe del Estado, constitucionalmente votado, es para que en momentos de tribulación, si que como poco diga que ese pacto de convivencia que nos dimos todos los españoles está vigente y garantizado.
No hace falta escribir más. Estos tiempos por venir serán ya de hechos y sobraran las proclamas. Cuando los días lleguen, que llegarán, no valdrá ponerse al bies, ni de lado. No esta el patio para que envoltorios, lifting, escenarios y escenificaciones oculten la vacuidad. No estamos para milongas coronadas.