Los separatistas catalanes llevan lustros acusando y acosando a todo aquel que osa rechistarles. Ellos pueden insultar con impunidad, reventar actos, yugular la libertad de expresión, quemar banderas, clamorear su odio y asaltar sedes. Eso y cualquier cosa que se les antoje. Tienen y ejercen la bula que se han autoconcedido porque ellos son los depositarios y profetas de una razón suprema que está por encima de todas las libertades y derechos. Solo existe el suyo y a su conveniencia.
Han ido aplicando este rasero de manera continua, creciente y finalmente desbocada y ya sin brida alguna. La impunidad, el silencio cómplice y la sumisión acobardada y hasta complaciente les han labrado y regado el campo para que florezca su cosecha. Con tal clima y tales labores en realidad poco puede extrañar que se sientan tan intocables como dispuestos a dar los pasos definitivos y segar todo aquello que les parezca y suponga molestia o mala hierba.
Una de la hoces que han dispuesto para tal labor es el ahora famoso, CAC, un órgano de control mediático trufado y manipulado políticamente, desde el cual y bajo apariencia profesional, actuar como sanedrín del pensamiento único nacionalista. Y que ha pasado desde alentar el editorial único a intentar criminalizar a quienes osen discrepar y combatir intelectualmente los sagrados postulados del independentismo. De ello hay sobrados antecedentes en la historia, algunos muy cinematográficos, como el “macartysmo” que alumbró la “caza de brujas” en el Holliwood estadounidense o los comités censores de nuestra pasada dictadura y las listas de desafectos al régimen. Se enfadarán claro por tales comparaciones, pero resulta que son las más semejantes y oportunas. Que vamos a hacerle. Pero así es la rosa o la mona y así su fondo y fundamento por mucho que la vistan de seda.
El CAC pretende ahora que se juzgue como delincuentes a periodistas discrepantes y ,en un nuevo paso, elaborar, que ya la tendrán a buen seguro muy repleta, un listado de quienes a su juicio son los “enemigos” de Cataluña, o sea en su vara de medir del separatismo, puesto que según tal baremo los que no lo son caen de inmediato en la consideración de anticatalanes y de apellido “fascistas”.
Puede uno compartir con los que ya han sido señalados algunas de sus afirmaciones y en absoluto hacerlo con otras y con ciertos modos. Pero en este punto, que es el de los valores y principios, no queda otra posición en democracia, en ética y en honorabilidad que la solidaridad absoluta con ellos y el rechazo mas total a quienes pretenden estigmatizarlos y convertirlos en apestados. ¿Han buscado ya algún símbolo que coserles en la espalda? .
No cabe otro camino digno en este caso por quien ejercemos el oficio de escribir y hasta nos atrevemos a opinar, quienes en suma hacemos uso de la libertad de expresión que públicamente- y así lo hago hoy yo aquí- que “autoinculparnos” ante ese CAC como reos del mismo y presunto delito que imputan a nuestros compañeros. Es más, proclamar a los cuatro vientos que lo más honorable en este momento es precisamente ser incluido en esa sucia lista como mejor respuesta a ese dedo que ordena silencio y amenaza miedo.
Desde el sustrato político e ideológico que les sustenta el insulto que han proferido con asiduidad, perpetuado en el tiempo y con el que han acompañado muchos de sus actos de acoso, intimidación, persecución a la palabra y a la idea y amenaza a las personas ha sido siempre el consabido de “Fascista” con añadido como “español” y “españolista”, para ellos el peor de los epítetos. Catalán para mi y para tantos no contiene, por el contrario, ninguna condición ofensiva. Y catalanista tampoco.
Fascista sí. En todo lo que supone de totalitario al margen del recorrido en los tiempos. Y resulta por ello de lo más curioso pero concluyente es que, una vez más, quienes imputan tales derivas o comportamientos son quienes más y mejor los practican. Los que profieren tales gritos y señalan tales condiciones se están, de manera muy precisa, señalándose a ellos mismos