La Marea de Pérez Henares

Un país de «voceras»

Si algo caracteriza al pueblo español son las voces. Somos una sociedad de “voceras”. Así que como aperitivo no vendría mal reconocer, aunque sea un tópico y algo injusto, que alguna razón hay en la extendida opinión de que “se nos va la fuerza por la boca” o incluso la caricatura máxima de que “solo en la boca tenemos fuerza”. Aunque no sea así, y tanto en la historia como en lo cotidiano se demuestra y lo demuestran quizás los más silenciosos, es en, muchas ocasiones, lo que parece. Y ya saben lo de la mujer del Cesar…

Somos voceras en todos los ámbitos de la vida, en lo político, en lo social, en la calle, en el bar, en el trabajo, entre desconocidos, entre amigos y hasta en la intimidad. Con “cuatro voces” y “dos patás” hemos arreglado más de mil veces cada uno España y el Mundo Mundial. De cuyos males, por supuesto, la culpa en absoluto la tenemos nosotros, ni un ápice, ni un roce, sino todos los demás. Los políticos, los banqueros, los jueces, la administración, los empresarios, los sindicatos, los vecinos o el de al ladito mismo. Todos son culpables, los otros son culpables. Y los otros, son por definición y siempre, todos los demás.

El “vocerismo” lleva añadida, además, una marca distintiva trascendental: la posesión de la verdad y una consecuencia lógica: el “otro” no puede, por tanto, tener ni pizca ni atisbo de razón. El siguiente paso del axioma no puede ser más simple. El rival es enemigo y aún más, perverso e infame, ni persona, vamos. O tonto o mucho peor porque si no lo, solo actuara movido por una maldad congénita, por el más oscuro y deleznable interés. Cain. Porque de lo que no hay duda alguna es que “nosotros” somos en todo momento Abel.

Una vez hace 35 años no nos comportamos así e hicimos una Constitución. Por una vez en la historia buscamos el mínimo, el regular o el máximo “común denominador” entre todos y de todos. No nos salió nada mal. Si queremos simplemente mirar atrás esa es, con los peros y las pegas evidentes, la conclusión.

Ese recipiente que contiene nuestros derechos ….y nuestros deberes también, nuestra libertad ….y las normas y leyes que nos obligamos a aceptar, esa agua en la que nadamos, ese aire que respiramos, eso es la Constitución. Que por lo visto es lo que tenemos que reformar. Y puede que ciertamente haya que hacerlo, que sea preciso el ponerla al día, corregir defectos y adaptarla a nuevos tiempos y diferentes realidades.

Pero eso es una cosa y otra la pretensión de romper la vasija o como poco cambiarle toda el agua y poner el liquido que a estos, los otros o aquellos conviene. Vamos y para que se entienda, que no se pretende cambiar la constitución de todos y hacerlo por todos. Sino hacer la “mia” y cambiar esta de ahora por una que ponga lo que este o aquel sector o parte de la sociedad quiere que sea. El “trágala” vamos de una parte sobre la otra. Estamos pues ante una vuelta de tuerca más del torticero y mendaz “derecho a decidir”. Unos deciden sobre un algo que afecta a todo y todos. Unos imponen su decisión. En el caso de los nacionalistas supuestamente porque le acompaña la razón de una “sagrada” y diferencia identidad. En el caso de algunas pretensiones que afloran en la izquierda porque en ese lado esta la verdad única de la justicia y la bondad.

La reforma de la Constitución, que puede ser una creciente necesidad, que pudiera servir como punto de encuentro para concentrarnos todos en un nuevo impulso general, masivo, conjunto para salir de nuestros marasmos, del pozo de desprestigio de instituciones, partidos, poderes y representación popular solo puede ir por ese camino y jamás puede transitar por otro. Lo que haya que reformar ha de hacerse buscando el mayor acuerdo posible, la mayor voluntad y apoyo al que seamos capaces de llegar. Solo así hay meta, solo así hay paso adelante y futuro prometedor.

La intención de quitar o poner, de introducir o eliminar las doctrinas o postulados de una parte no conduce sino a la frustración y a la confrontación. Y eso no es una Constitución.

Resulta también sorprendente una curiosa derivada de todo este griterío. Se vocea que ¡hay que reformar la Constitución!. Pero se silencia lo esencial: el ¡QUE!. Lo lógico sería al revés. Es necesario cambiar esto o aquello y por tanto hay que modificar la ley. Pero no. Se pone el carro delante de los bueyes. Primero reformamos la Constitución y luego ya vemos en qué. Ridículo pero cierto. O al menos uno no ha escuchado ningún punto esencial que sea lo que de manera urgente e imprescindible haya que tocar. Bueno, si, uno. Que por lo visto hay que retocarla para que el nacionalismo se sienta a gusto con ella, que por ahí empezaron a venir las coplas, y no rompa a España. Y eso es lo único que parece absolutamente contraindicado y de no querer ver que todo lo que en tal sentido, como cesión u oferta ante el “altar” de la secesión, se ha ofrendado tan solo ha servido para engordar al ídolo y que siga pidiendo más y más, hasta que ya no cabe en el templo y quiere establecer el propio y exclusivo.

Y el “problema” es que ello topa con la virtud profunda de la Constitución, que es de todos y para todos. A todos ampara pero a todos obliga. Y si la cambiamos, reformamos o retocamos solo puede y debe hacerse con esa condición previa, entre todos, para todos y a votarla luego otra vez todos. En la anterior la aceptación casi llegó a un 90% de los votos y en Cataluña los superó

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Autor

Antonio Pérez Henares

Ejerce el periodismo desde los 18 años, cuando se incorporó al diario Pueblo. Ha trabajado después en publicaciones como Mundo Obrero, Tiempo, El Globo o medios radiofónicos como la cadena SER. En 1989 entró al equipo directivo del semanario Tribuna, del que fue director entre 1996 y 1999. De 2000 a 2007 coordinó las ediciones especiales del diario La Razón, de donde pasó al grupo Negocio, que dirigió hasta enero de 2012. Tras ello pasó a ocupar el puesto de director de publicaciones de PROMECAL, editora de más de una docena de periódicos autonómicos de Castilla y León y Castilla-La Mancha.

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