El discurso que nos leyó el Rey ha sonado bien en letra y música. Estuvo medido y tocó las teclas que era inevitable hacer sonar sino quería ser escuchado como una “tocata y fuga de J.C” de la realidad y de su realidad. Enaltecerlo como “histórico” es una exageración cortesana del mismo calibre que la de la ciclogénesis explosiva. Una borrasca de las de toda la vida de Dios: Un airazo y lloviendo a cántaros. O sea, lo que le pasa a España, a sus instituciones y a sus ciudadanos, caladitos hasta los huesos después de seis años de tormenta y vendaval. Y las nubes lloviendo mierda, como en plagas aquellas de los egipcios.
Lo que dijo el rey era lo lógico que dijera, un mínimo común denominador en el que estamos casi todos de acuerdo. Que la salida de la crisis se verá cuando haya trabajo. Que en España cabemos todos y que entre todos, ¡pero entre todos!, podemos retocar y hasta tirar alguna pared para hacer más habitable la casa. Que el deterioro de todo nuestro sistema, desde los sindicatos pasando por los partidos, la judicatura y hasta su Corona, hace imprescindible, urgente y inexcusable una profunda regeneración para la recuperación del prestigio de la propia Democracia, de sus principios y leyes. Que la ejemplaridad es más que exigible, insoslayable y demostrable. Que se aplica el cuento a sí mismo.
Muy bien todo. Muy medido y como requería la ocasión muy enfatizado. Quizás también y por ello muy inconcreto. Por ejemplo, si alguien quiere referirse a Cataluña, pues que la miente por su nombre. Aunque puede que fuera lo prudente, así lo pienso, no echar leña al fuego que hacen arder los separatistas y dar el mensaje de apertura y cercanía con lo que es posible y mejorable, poniendo eso si pie en pared donde se puso. Donde no queda más remedio que ponerlo: en la soberanía del pueblo español y la unidad de la Nación.
Don Juan Carlos ha atinado en los problemas y ha focalizado los esenciales. La crisis, la corrupción y la desvertebración de España. No quiso olvidar tampoco algunos otros, profundamente dolorosos, como la sensación de impotencia e injusticia de las victimas del terrorismo con el excarcelamiento de sus verdugos tras la decisión del tribunal de Estrasburgo. En suma, un buen discurso, atinado y bien modulado.
Pero un discurso. Y los españoles ya estamos más bien nada para discursos. No tenemos ya un pase más. Nos hace falta más que palabras. Necesitamos hechos. Y que esos hechos se vean que los podamos tocar con la mano. Como el propio Rey dice de la economía, que se verá la mejora cuando los parados encuentren trabajo, pues eso mismo cabe aplicar a la recuperación del prestigio institucional y político, a su propia imagen y persona. Que la ejemplaridad ya no vale con prometerla, que la transparencia ya no vale con afirmarla. Y para ello necesitamos ya pruebas, hechos y ejemplos. Porque lo que hemos tenido en contra han sido eso: hechos y pruebas en contrario a lo que ahora se proclama. Se necesita ya algo más que discursos, hacen falta algo más que palabras. Aunque se toma nota de que es palabra Real la empeñada.