La Marea de Pérez Henares

El empate de ETA

Desde el cese de los asesinatos por parte de ETA, eso es lo que en realidad ha cesado en su actividad, y la legalización de su brazo político, Bildu, o como quiera llamarse, que eso es y ninguna otra cosa diferente, la situación transita por un peligroso filo de navaja, en un equilibrio bamboleante pero con una línea roja, aunque nadie la exponga públicamente, muy definida que limita y delimita todo. Los unos y los otros y todos son conscientes de que si no matan el ilegalizar sus vehículos políticos es casi un imposible, incluso jurídico, pero también entienden que si se produce un nuevo asesinato esa sería la respuesta social y legal inmediata. En resumen, los unos saben que su baza ultima de terror, matar, es inutilizable y los otros que si no la utilizan les resulta imposible poner fuera del sistema a sus acólitos.

Intentar reflexionar sobre ETA de manera racional y dejando al margen lo emocional supone un ejercicio terriblemente doloroso por no decir que casi imposible. Pero en lo que hoy escribo voy a intentar hacerlo. Creo que en lo expuesto anteriormente es donde ahora y desde hace un tiempo nos encontramos y que si hay por una parte la sensación de estar de alguna forma amarrados a unas leyes, a esa legalización “constitucional”, a ese mazazo posterior del Tribunal de Estrasburgo, por la otra hay también un amarre a la percepción de que cualquier vuelta a los asesinatos supondría asomarse al abismo y afrontar sin paraguas político la derrota ya completa que en lo policial ETA ha sufrido.

Porque mucho se emplea esta palabra: derrota. Pero que se presta a todas las interpretaciones. Hay un hecho cierto: ETA como organización de pistoleros terroristas ha sido derrotada. Pero la precipitada legalización de Bildu trasformo tal sensación en triunfo político de quienes habían sido sus apoyos cuando no sus cómplices. Sensación que se ha apoderado de una gran parte de la ciudadanía ante el alarde, la obscena exhibición de los criminales, y mucho más con la obligada pero inquietantemente apresurada puesta en libertad de los afectados por la doctrina Parot. La “orla de los asesinos” en Durango” ha supuesto el punto máximo de violencia, aunque no fuera armada, contra las victimas, la memoria y la dignidad ya no solo democratica sino puramente humana.

La detención ultima, dejando aparte el cochamboso episodio de su adelanto informativo, se mueve no en el terreno de una respuesta sino en ese intento de movimiento de marcar otros límites, que no sea únicamente el de la sangre, a las intenciones y avances de ETA. Pero la polémica creada hace aflorar una vez más un debate que se sustancia en el fondo en dos posiciones muy sencillas y sobradamente conocidas : la de unos que proponen simplemente que con tal de que no maten que hagan lo que quieran y la de quienes entienden- y entiendo pues aquí es preciso mojarse- que los crímenes no por ello han de quedar sin pena ni castigo. Que el hecho de dejar de cometerlos no significa que no paguen por haberlos cometido.

Ahí andamos, en cálculos políticos también y en enredos de connivencias y pactos. El posicionamiento del PSE, alineado con Bildu, en san Sebastián y los balbuceos posteriores, demuestran hasta que punto esta asumida por algunos una hoja de ruta vergonzante que vete tu a saber hasta que punto no ha sido “comprada” por muchos.

Pero hay algo que una vez más emerge y que subleva la entraña de nuevo. Y ello no es otra cosa que la comprobación de la cercanía emocional que una izquierda, desde luego IU que a través de su estrella joven,Alberto Garzón, pero nada lejano el PSOE, que denuncia el “odio” del Gobierno y que pone de manifiesto la empatía mayor con esa orla de verdugos, que no parece producirle repulsión alguna, que con quienes fueron sus victimas y que hoy yacen bajo la tierra o sienten el vacío de quienes les fueron arrebatados por la bomba o por el tiro en la nuca. Como si una pretendida proximidad ideológica se pusiera por encima de los más esenciales principios y derechos humanos, comenzando por el de la propia vida. Es algo que siempre me ha producido un verdadero escalofrío. Pero es evidente y notorio. Y que me temo de lo que seremos cada vez más testigos. Que se esté más cercano a un bilduetarra, que se tenga más comprensión y se este dispuesto a ir de la mano con quienes han sido ya no solo cómplices sino directos autores de las masacres que con quienes las han sufrido si estos responden a un uniforme o a una sigla, si esta es la de la derecha, la del PP. Porque para ello el simple crimen de pertenecer a tal es mucho mayor y les produce mucho mayor rechazo y enemiga que los crímenes reales y chorreando sangre aún que bajo cualquier otra sigla puedan haberse cometido

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Autor

Antonio Pérez Henares

Ejerce el periodismo desde los 18 años, cuando se incorporó al diario Pueblo. Ha trabajado después en publicaciones como Mundo Obrero, Tiempo, El Globo o medios radiofónicos como la cadena SER. En 1989 entró al equipo directivo del semanario Tribuna, del que fue director entre 1996 y 1999. De 2000 a 2007 coordinó las ediciones especiales del diario La Razón, de donde pasó al grupo Negocio, que dirigió hasta enero de 2012. Tras ello pasó a ocupar el puesto de director de publicaciones de PROMECAL, editora de más de una docena de periódicos autonómicos de Castilla y León y Castilla-La Mancha.

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