Este martes, 14 de enero de 2014, Pilar Rahola publica en La Vanguardia una columna titulada Vida privada, en la que arranca diciendo:
Seguro que Vida privada, de Sagarra, estaría entre los diez libros que me llevaría a la isla desierta. Es uno de esos castillos literarios cáusticos y brillantes que ennoblecen a toda una cultura, cuya imbricación en la sociedad de la época no adolece de falta de una permanente modernidad.
Añade Rahola:
Es cierto que todo el mundo tiene derecho a vida privada, incluso a vida privada disoluta. Pero cuando se quiere ser el presidente de un país, ¿no debe considerar que ello implica algunas restricciones? ¿Cómo se puede confiar en la lealtad y en la honestidad de un cargo público tan relevante como es la presidencia de un país, si la persona que ocupa dicho cargo es deshonesta con quien duerme?
Y concluye:
Cuando, como es el caso, se montan un paripé con motos y cascos para ir a ver a amantes clandestinas, mientras mantienen a la mujer engañada, el único mensaje que envían es el de la deslealtad. Y quien es desleal con quien convive difícilmente puede vender que no lo será con todo lo demás.