Este miércoles, 15 de enero de 2014, Quim Monzó publica en La Vanguardia una columna titulada La crema de la crema, en la que arranca diciendo:
La semana pasada, la noticia de que los lavabos de la estación de Sants serán de pago suscitó un debate que arrinconó un detalle que está relacionado. El viernes, en un reportaje sobre los lavabos de las diversas estaciones de tren de Barcelona (y del puerto, y del aeropuerto de El Prat), La Vanguardia explicaba qué pasa en los de la terminal T1: «Son todos gratuitos, como los que hay una vez pasado el filtro del control. Aena no piensa cobrar por utilizarlos, ni unos ni otros, explican fuentes del ente que gestiona los aeropuertos españoles.
Añade Monzó:
En la T1, la nueva terminal, hay muchos lavabos (20 módulos en la zona pública, 40 en la interna) y huelen bien: ¿a frambuesas?, ¿a caramelo? Oficialmente, a crema catalana. En El Prat, en el 2010 se apostó por aromatizar los lavabos. El de Barcelona se convirtió en uno de los primeros aeropuertos del mundo en aplicar el llamado marketing olfativo a sus lavabos».
Sería bueno saber por qué decidieron que oliesen a crema quemada. ¿Para promocionar la gastronomía tradicional? ¿Es bueno que los usuarios acaben por relacionar el olor de crema con los váteres?
Y concluye:
Pero, en el caso de los lavabos de la T1, puede pasar que hasta tal punto llegues a asociar el olor a crema quemada con la necesidad de mingir o excretar que -cada vez que en casa o en el restaurante llegue la hora de los postres y te lo sirvan- por pura reacción pavloviana te tengas que levantar inmediatamente de la mesa e ir corriendo al lavabo.