Existen, y más en política, quienes caminan con la verdad absoluta en el bolsillo. A lo más que alcanzan es a cambiársela de uno a otro si en un determinado momento les conviene, pero su certeza es total y definitiva. La razón está siempre de su lado, independientemente claro, de que la guarden en uno u otro bolsillo. Tener dudas, reconocer contradicciones, sufrir incertidumbre es algo que amen de estar profundamente desaconsejado ni se les pasa siquiera por la cabeza.
Tal comportamiento está tan agudizado y extendido que hoy es la moneda común en todos los ámbitos de nuestra vida, incluido y en cabeza el periodismo y desdichado el que pretende escaparse de la norma.
Estos días, sin embargo, e impactado por las imágenes de la frontera de Ceuta uno ha vivido y vive en el dilema que me parece es el que conmueve a millones de compatriotas. No pueden dejar de sentir una honda compasión y comprensión por esas pobres gentes que jugándose la vida, y perdiéndola en muchas ocasiones, intentan acceder a lo que ellos consideran una tierra de promisión y oportunidades. Aunque no nos lo creamos, la nuestra.
Pero al tiempo que esa emoción existe otra no menos importante se contrapone con similar intensidad. ¿Qué hacemos entonces, dejamos entrar a todos, abrimos las fronteras?. El dilema, se está demostrando a cada minuto, es hoy el campo más abonado para la peor de las demagogias.
Si tenemos fronteras, si la somos de un sur de Europa con un continente donde el 50% de su población, está mal alimentado y 200 millones de seres humanos sufren hambrunas, donde la guerra, la violencia, la corrupción más total y sanguinaria, el odio religioso, tribal y étnico llevan a las gentes a la desesperación y si pueden a la huida, ¿que hacemos en ella?. Esa es la decisión y ese el brete donde el corazón y la razón pueden acabar a bofetadas.
Espero a ver en que queda la investigación y que aportan las pruebas del comportamiento de nuestras fuerzas de seguridad en el caso en concreto. Si diré de entrada que me parece una verdadera prueba de oportunismo y criminalización, Marcelino Iglesias, acusar a los guardias civiles de “disparar” a los emigrantes, como si les hubieran acribillado a balazos y una irresponsabilidad por alguien que fue ministro del Interior, Rubalcaba, afirmar que la “actuación de la Guardia Civil es indefendible”. Antes de emitir tan terrible e imprudente juicio es de mínimo sentido común y de justicia esperar a comprobar hechos.
Pero no parece que nadie quiera hacerlo, pues de lo que se trata, una vez más, es de utilizarlos aunque sea haciendo añicos prestigios, la labor de todo un Cuerpo y de sus agentes y hasta de razones de estado que cuando estaban en el Gobierno esgrimían.
Y si ya en este aspecto se produce tal despropósito como pedir mesura y templanza en el asunto de fondo y en la trascendental dimensión de la situación. Al otro lado de la valla se encuentran 30.000 africanos intentando dar el salto. ¿Qué decisión toma ante ello España? ¿ Y cual Europa? ¿Qué dicen esos de Bruxelas que cuando miran al sur quieren siempre mirar para otro lado, y que allá nos las compongamos, a no ser que sea para acusarnos y hasta, de inicio, declararnos culpables?