Este lunes, 24 de febrero de 2014, Santiago González escribe en El Mundo una columna titulada ‘Hacer un Manikkalingam’ en la que arranca diciendo:
El verificador en jefe, Ram Manikkalingam, ha contado al juez Ismael Moreno lo que ha podido verificar, que no es mucho: una carta anónima los citó a finales de enero en Toulouse.
Añade que:
Una vez allí, les condujeron hasta un piso, es de suponer que con los ojos vendados, con el fin de que no pudieran describir la casa al juez. Allí les esperaban dos encapuchados, cuya identidad no conocieron; les enseñaron unas armas y les entregaron un inventario con el sello de ETA mientras un tercer etarra grababa en vídeo.
Y concluye:
Después, metieron la ferralla en una caja de cartón, la sellaron con cinta de embalar y se la llevaron. Les dijeron que las armas estaban fuera de uso, o sea, inutilizadas, según las versiones más optimistas. La escena debería haber terminado con los tres tipos quitándose la capucha y gritando a los verificadores: «¡Inocente, inocente!».
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