Bokabulario

11-M: Lavapiés, Bruselas, Karachi… Cada vez más lejos

El mayor experto en el 11-M creado por el régimen, Fernando Reinares, cada vez sitúa más lejos el origen del 11-M… y encima se olvida de sus anteriores afirmaciones. (@pfbarbadillo)

Fernando Reinares, experto oficial, situó en 2009 el origen del 11-M en Bruselas:

¿Acaso el 11-M no se fijó en Bruselas?

En Bruselas, sí. No en el barrio de Lavapiés ni en Morata de Tajuña. Fue cuando, casi cinco meses antes de que se produjeran los atentados de 2004 en Madrid, alguien adquirió una tarjeta prepago y facilitó para ello una serie de datos falsos, entre los que figuraba como fecha de nacimiento la del 11 de marzo de 1921.

Cuatro años después, en 2013, Reinares aleja todavía más el origen y lo traslada a Karachi (Pakistán):

Venganza cumplida

Los atentados del 11-M fueron ideados en Karachi a finales de 2001 como venganza por el desmantelamiento de la célula que Al Qaeda había establecido siete años antes en España, un grupo bautizado con el nombre de Abu Dahdah en alusión al que fue su líder desde 1995. El ánimo de venganza fue esencial en la decisión inicial de atentar en España y en la temprana movilización, concretamente a partir de marzo de 2002, de lo que será la red que ejecutó el 11-M.

¿Qué es a mí lo que me rechina? La rotundidad y la seguridad con que Reinares da ambas opiniones, y que la segunda vez, cuatro años más tarde, no se disculpe ni explique su error anterior.

En una entrevista en 13TV emitida la semana pasada, le he visto asegurar con su libro en la mano que él ha hecho un trabajo «honesto» (quería decir «honrado»). Pues a mí no me lo parece, con afirmaciones como las anteriores (sin explicar por qué cambia de opinión) y que la fecha del atentado no tenía relación con las elecciones:

Y, guste o no, la decisión de atentar en España se toma a finales del 2001, mucho antes de la guerra de Irak. Incluso la fecha, el 11 de marzo, se adopta antes de que el Gobierno de Aznar convoque las elecciones para el 14 de marzo.

Esos terroristas creen que van a pasar la eternidad con las huríes, pero eso no supone que sean idiotas ni autistas.

Por otro lado, este décimo aniversario nos deja la pena de saber qué genio policial estamos desperdiciando. El prevaricador Baltasar Garzón se metió en la estación de Atocha, aunque no le correspondía el caso, no para molestar ni hacerse fotos, sino para prestar ayuda, con sus escoltas y todo, y

«Desde primer momento tuve la sensación, casi la convicción (sic) de que no era ETA.»

¡Qué clarividencia! ¡Cráneo privilegiado!

El bombardeo mediático con los Reinares y Garzones, y siempre desde el mismo periódico me huele no precisamente a rosas.

EL MEJOR ANÁLISIS SOBRE EL 11-M

Me adhiero al artículo de Gabriel Albiac publicado en ABC el día 6 de marzo. A mí me dolió saber que más de la mitad de mis compatriotas culpaba del atentado no a los terroristas que ponían las bombas, sino al Gobierno. Y en esto tiene razón Reinares, que recuerda que los españoles «carecemos de un consenso básico en políticas públicas como la lucha antiterrorista, la defensa o la política exterior», debido, añado yo, a que la izquierda está convencida de que sólo ella está legitimada para gobernar y fijar esas políticas.

Pasados ya diez años, el silencio soldó su plomo: del 11-M ha quedado tan solo lo que miente de modo necesario: el sórdido consuelo del sentimentalismo, que es el modo de nunca mirar lo terrible cara a cara. Ni reflexión ni relato. Callados, hacemos ver que nada ha sucedido, porque sabemos que sucedió todo. Lo peor que puede sucederle a un hombre: la derrota del que no dio combate.

Ninguna reflexión, ningún relato. Nuestra historia del último decenio está marcada por aquel vacío, del cual no deseamos ni siquiera sacar las lecciones. Solo negarlo vanamente en la memoria.

Aquí no ha habido nada. Y, a sabiendas de escribir algo muy excesivo, a mí -bien es cierto que yo soy un poco raro-, pasados diez años, lo que más me aterra es este mortuorio silencio nuestro. Esa ausencia de rabia, que dice hasta qué punto somos nosotros los que estamos muertos: ni siquiera capaces de verbalizar la angustia de no saber cómo se dice una dimisión tan enorme.

El 11 de marzo de 2004 fue una tragedia: doscientos asesinatos. Lo normal, lo no loco, era que de ello hubiera nacido una memoria épica. Colectiva. Si no la hubo, es porque fue vivido de otro modo: como una colectiva renuncia. Como una rendición sin condiciones.

Poca cosa sabemos de lo que pasó ese día de hace diez años. De lo que vino luego, sí sabemos la vergüenza. Algo que trocó el Estado. (…) Para rendirse era imprescindible Zapatero. Pagamos, hasta el día de hoy, el precio. No perdimos tan solo una guerra. Se extravió nuestra alma en aquel año 2004. No la hemos recuperado todavía. Habrá que hacerlo. Si es que queremos alguna vez salir del manicomio en que nos hemos recluido desde hace ya una década. No se puede salir de una tragedia así sin cumplir su duelo. Y dejar, de una maldita vez, de entonar cantos de amor a nuestros asesinos.

También recomiendo a José Luis Martín Prieto (La Razón).

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Autor

Pedro F. Barbadillo

Es un intelectual que desde siempre ha querido formar parte del mundo de la comunicación y a él ha dedicado su vida profesional y parte de su vida privada.

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