Este 22 de abril de 2014, Kiko Méndez-Monasterio escribe en La Gaceta una columna titulada ‘Elena y los alabarderos’ en la que arranca diciendo:
Fue un mes extraño aquel agosto madrileño en el que vino Benedicto. Por el día era un botellón permanente y atípico, porque se regaba sólo con agua y con sonrisas inesperadas, de esas que uno creía que sólo podían existir en las películas de Doris Day y Tony Randall.
Añade que:
De noche eran vigilias castellanas, rosarios y el acompañar fervoroso y algo perplejo a los pasos más famosos de la Semana Santa española
Y concluye que:
A los peregrinos de aquella JMJ no les faltó de nada, ni siquiera su mijita de persecución y acoso, porque el entonces ministro Rubalcaba se mostró muy diligente en garantizar el derecho de expresión de nerones y dioclecianos, amparados en la masa y en la siempre lamentable ausencia de cristeros