Este jueves 15 mayo 2014 Raúl del Pozo titula Venganza de Pantera su sección El ruido de la calle en la contraportada del diario El Mundo, que por su interés reproducimos a continuación:
La desdicha de León empezó en un puente, como en Crimen y castigo (el puente Kokushkin de San Petersburgo), cuando Montserrat González, una mujer metódica, obsesionada por el orden, esposa de un jefe de la Policía, mató de una manera cobarde y traicionera a Isabel Carrasco, una dura y ambiciosa política del PP («No olvide -decía a sus críticos- que soy empleada de Hacienda»).
El asesinato tiene aspectos inéditos. Como en las tragedias, se ha realizado en familia, pero no con el hacha del jardinero, sino al estilo mexicano o calabrés: con un colt Taurus 38, como el que usó la presidenta del club de fans para matar a la cantante Selena.
No es un crimen de cordel, sino de película. La víctima no es una usurera avara, sino la mujer que, como la medusa, encarna el poder. Isabel Carrasco era una líder fuerte, que encarnaba la ortodoxia con mano de hierro. «La maté por inquina personal desde hace muchos años. Para vengarme del trato que le ha dado a mi hija», ha confesado Montserrat.
Parece que madre e hija habían intentado matar a la dirigente del PP en León varias veces. Habla de inquina; es decir, aversión, enfile o también gato o venganza de panteras, me dice un famoso jurista. Las panteras tienen mucho instinto maternal y atacan cuando sus crías están en peligro.
Sólo encuentro en el argumento un dato inquietante en la marihuana aparecida, que siempre se relaciona con la paz y el buen rollo cuando es el origen de la palabra asesino. Hasan-i, el bebedor de cañamón, se convierte en el emisario de la muerte del Viejo de la Montaña.
Un amigo lector aficionado a las novelas policiacas piensa: «Es mucho asesinato para tan pequeño móvil». Tendría razón si no fuera porque el crimen se ha tramado en la jungla de la política, donde se esconden venganzas y se reprime la pasión de la ira. Recuerdo que una vez estuve en política. Me fui al descubrir que militábamos en una agrupación y luchábamos por la representación de un barrio con tanta pasión como si el barrio fuera la Moncloa.
En la lucha por el poder no sirve la ambición si no va acompañada de la maldad y en algunos casos del crimen. Lo explica muy bien Hans Enzensberg, autor de Vida y muerte de Buenaventura Durruti: «Entre asesinato y política existe una dependencia antigua, estrecha y oscura que se halla en los cimientos de todo poder». Mucho asesinato para tan pequeño móvil en León si no fuera porque en el interior de los partidos, donde están los verdaderos enemigos, se esconde lo que Montserrat González llama inquina; o sea, la lucha por el control de la horda.
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