ISABEL SAN SEBASTIÁN

«Las muestras de alegría vertidas en Twitter ante el asesinato de Isabel Carrasco son síntoma de enfermedad social»

"Las muestras de alegría vertidas en Twitter ante el asesinato de Isabel Carrasco son síntoma de enfermedad social"
Isabel San Sebastián.

En Twitter se extraña la presencia de muchos pensadores, generalmente de centro-derecha, ahuyentados por las manadas de «trolls»

Este jueves 15 mayo 2014 Isabel San Sebastián titula La jauría su columna de opinión en el diario ABC, que por su interés reproducimos a continuación:

Esperemos que no tarden en materializarse las medidas anunciadas por el ministro del Interior para poner coto a la utilización abusiva de las redes sociales como escupidera o mecanismo intimidatorio, que no medio de comunicación. Confiemos en que la eficaz aplicación de esas medidas evite los ataques de una jauría enfurecida de «vigilantes» siempre dispuestos al linchamiento de quien osa desafiar sus postulados ideológicos y sus consignas.

Exijamos sanciones ejemplares para quienes traspasen los límites de la legalidad e incurran en alguno de los delitos tipificados en el Código Penal (injurias, calumnias, exaltación del terrorismo, amenazas, etc). Animemos a los líderes de opinión a respetar y pedir respeto por las reglas de juego que siempre han regido en este territorio sagrado que es la libertad de expresión. Pongámonos todos a la tarea de frenar la deriva enloquecida que ha tomado este asunto, porque hace tiempo que traspasó los límites de lo moralmente aceptable y está empezando a cobrar tintes sumamente peligrosos. Las muestras de alegría vertidas en ciertos foros ante el asesinato de Isabel Carrasco son el síntoma de una enfermedad social para la que es preciso encontrar vacuna.

Facebook y sobre todo Twitter, donde cualquiera puede abrirse anónimamente una cuenta gratuita y, al amparo de ese anonimato, dirigirse a quien le parezca con el propósito deliberado de atentar contra su honor o su dignidad, es una herramienta demasiado poderosa para dejar que evolucione sin control. Regular el funcionamiento de semejante cauce de expresión, como se regulan los periódicos, las radios o las televisiones, no es implantar la censura sino combatir la impunidad con la que muchos desahogan sus más bajos instintos, su odio, su frustración, contra quienes con nombre y apellido se atreven (nos atrevemos) a cuestionar ciertos dogmas, en uso de nuestra libertad. Con razón o sin ella, eso siempre será opinable, pero dando la cara y en el marco de las normas por las que debería regirse el debate público: Respeto y educación, así en el acuerdo como en la crítica.

Las redes sociales han extendido a todos los ciudadanos la posibilidad de hablar ante un altavoz susceptible de amplificar de manera ilimitada cualquier comentario (o exabrupto) a través de la multiplicación de reproducciones. Esta formidable conquista tecnológica, que podría traducirse en un salto democrático sin precedentes, debería llevar aparejada una elevada responsabilidad individual o, en su defecto, una regulación clara y estricta, hoy por hoy inaplazable. Porque a falta de autocontrol y en ausencia de normas, la red se ha convertido en guarida de una ralea de energúmenos cuya virulencia en el insulto obsceno expulsa de ese foro a muchas personas reacias a soportar las somantas de palos virtuales que algunos columnistas de ABC recibimos con creciente asiduidad. Y es imposible no comprenderles.

 

A semejanza de lo que sucede en ciertos barrios urbanos, donde algunas bandas violentas se apoderan de los parques y expulsan de ellos a los vecinos, en Twitter se extraña la presencia enriquecedora de muchos pensadores, generalmente de centro-derecha, ahuyentados por las manadas de «trolls» (cafres, agresores verbales, matones de la tecla, insultadores laureados) que campan a sus anchas por el vecindario de la arroba. ¿Será ésta la razón por la cual desde la izquierda extrema se rechaza cualquier tipo de norma que acote el buen uso de esta herramienta y se aboga, aquí sí, por el «laissez faire» tan criticado en otros ámbitos? ¿Qui prodest?

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