El asesinato, a sangre fría, alevoso, premeditado, cuatro tiros por la espalda, rematada en el suelo, debía cuando menos haber activado el resorte de humanidad y de respeto hacia la victima. Y en muchos, en una gran mayoría de españoles, lo hizo. Pero algunos nos temimos y escribimos que tan mínima exigencia iba a ser violada y que el definitivo salto a la cloaca podría producirse en determinados medios y redes digitales. Desgraciadamente así ha sido y al crimen se añadió la exhibición procaz y nauseabunda del odio en muchas ocasiones emboscado cobardemente en lo que se supone y se percibe como impunidad del anonimato. Un vómito repetido, ya sucedió algo similar tras el accidente de la delegada de gobierno en Madrid, Cristina Cifuentes, ahora agravado por mediar la destrucción de una vida humana, que destilaba pus y descubría de nuevo la auténtica infección que se ha extendido por ciertos sectores de la sociedad española. Una enfermedad que como si de un perverso cáncer se tratara se desplaza velozmente por los novedosos medios de comunicación sociales.
Porque, y eso parecía ya ser excusa suficiente para desatar la vesania, la asesinada era una política. Cristina Carrasco, dirigente del PP en León y presidenta de su diputación provincial. Un crimen horrible donde parece latir la venganza personal, rencores por motivos laborales, con el añadido de de ideologías y militancias compartidas, y que la policía habrá de terminar de esclarecer y la justicia de juzgar. Pero lo estremecedor, tras el impacto brutal, fue también esa reacción en la redes y en los portales digitales donde comenzaron a expandirse como un gas fétido expresiones de justificación, de comprensión, de chanza y hasta de alegría por el asesinato. Unos so pretexto de crisis, otros de pertenencia a la casta, otros por ser miembro de la malvada derecha, otros por su propia trayectoria política. Da igual. En suma la asunción e incluso la alabanza de la violencia en su grado más extremo.
Uno, ante ello, se queda casi tan anonadado como ante el cadáver. ¿Como puede haberse llegado en la mente y el sentimiento de algunos a desear y congratularse de tal barbarie? ¿Cómo se ha recorrido el camino de negar al “otro”, al que se considera “enemigo ideológico” la dignidad misma de persona y suponer que por ello no son merecedores del mas esencial de los Derechos Humanos?. ¿Cómo puede acaecer tal cosa donde en otro extremo de la sensibilidad, que puede muy bien compartirse, nos sentimos traspasados de empatía por el sufrimiento de los animales?. Pues hasta esa condición, al quedar trufados por el odio, se niega a un congénere humano.
Está pasando en España. Nos está pasando. No es general. Es minoritario. Pero su ruido es atronador y aterrador ese tronar reiterado de sus tambores. Y el peligro de que la infección se extienda letal.
Es primordial levantar ante ello la voz, la razón y la palabra. Sin temor y sin temerles. Hay que decir donde está la humanidad, la dignidad y el respeto a la vida. Lo han hecho muchos. De todos los lados. Significo, como símbolo de un segmento muy particular, al joven diputado de IU, Alberto Garzon en contraposición con el “tertucandidato” de aparentemente similar cuerda Pablo Iglesias lanzado a la demagogia más descarnada ante la tragedia, quien no dudo en lanzar este mensaje “Me indigna leer tantos comentarios justificando la muerte de una persona, por la razón que sea. Qué barbaridad. Qué inhumano.” No le salió gratis pero es tan significativo como importante.
Pero además de librar ese combate, que lo es de ideas y de ética, hemos de plantearnos, sin demora, poner coto en redes y medios- también en esos comentarios de los más serios donde sin control se vierten iguales atrocidades- no a la libertad de expresión sino precisamente en su defensa, a esas cancerigenas prácticas para la convivencia y la democracia. Es necesario extirpar el insulto, la amenaza, la apología del crimen y la incitación a la violencia y al asesinato. No podemos consentir que la infección se apodere por entero del cuerpo. No valen ni monsergas de unos ni presuntas denuncias de mordazas de otros. Nada tiene que ver la libertad de expresión con ello. Jamás ha entrado en tal consideración el enaltecimiento de los verdugos y asesinos y el desprecio y vituperación de las victimas asesinadas.
Aunque sobre esto tenemos, por desdicha, una abundante experiencia en nuestro país. Un precedente bien presente, dolorosamente palpitante y en absoluto condenado y arrojado al estercolero de la memoria colectiva, el de los “maestros” de ETA y sus cómplices, doctores de esta escuela de la infamia y expertos en convertir en culpables a la victimas y a sus verdugos en héroes.
P.D. Hice una tentativa de reabrir a comentarios La Marea. De inmediato aparecieron, emboscados como siempre en anonimatos, los ya conocidos reventadores y trolls. Definitivamente no voy a darles espacio en mi casa para sus deposiciones. Hay muchas otras formulas de contacto e interación con quienes sí es enriquecedor el hacerlo.