La Marea de Pérez Henares

La Constitución más buenista de Europa

Con la repetición «ad nauseam» de la consigna se pretende convertir en verdad la especie de que la Constitución española, aprovechando que la mayoría de quienes quieren quemarla ni siquiera la ha leído, es un sucedáneo democrático, un mínimo barniz sobre edificio represor, autoritario y cuasi franquista. Aunque la realidad sea esencialmente la contraria. La española es una Constitución muy avanzada, de fuerte contenido social en sus enunciados, permisiva en grado sumo y tan garantista y permisiva que si por algún lado puede ser criticada es por su buenismo y su ingenuidad.

Fruto de un tiempo y un clima aliviado, confiado en futuro, cargado de esperanza en la sociedad española, en su reconciliación y en su generosidad. Un reflejo, en suma, de un pensamiento y sentimiento generalizados resumidos en una especie de “to el mundo es bueno” que tiñó no solo aquella ley de leyes sino que impregnó de manera profunda toda nuestra legislación y códigos convirtiéndolos, de tan tolerantes y comprensivos, tan viniendo a decir que si había malos “era por culpa de la sociedad ” y que pasado el franquismo todos nos convertiríamos en santos ciudadanos, en laxos y débiles cuando no en un tanto memos. Había en todos un complejo de proveniencia que para quitarnos el estigma el péndulo se desplazó al extremo contrario hasta suponer que dictadura y disciplina eran lo mismo y que represión era igual a disciplina. Nos ha costado bastante caro, lo mismo que la rienda suelta y sin tope alguno a un nacionalismo que entonces ni soñaba con las cotas de autogobierno alcanzadas y hoy, en claro ejemplo de traición a todo compromiso, lo que pretende es la pura y llanamente la secesión y la ruptura. El complejo tanto de la derecha como de la izquierda le han dado, encima, carta de naturaleza y pátina de progresismo.

Esa es nuestra Constitución. Cargada de buenas intenciones. Madraza. No es comunista, claro. El PCE solo sacó 20 escaños, ni contempla la totalidad del ideario socialista, quien ganó las lecciones a Cortes Constituyentes fue la UCD, pero está teñida de sus premisas y valores y puede entenderse, en comparación a las de nuestro entorno europeo como incluso escorada hacia la izquierda, con marcado acento social y enmarcada en grados máximos de tolerancia. Fue el resultado lógico de la busqueda entre todos del acuerdo, el común denominador que englobara el mayor número de voluntades, y para lo cual todos hicieron concesiones.

Presentarla ahora como algo impuesto, con los sables amenazando las cabezas de los legisladores es, simplemente, una mentira. Pero es la que, amparada en la ignorancia y el sectarismo político se impone como conclusión y diagnóstico. La falsedad, a cada momento televisada, es ahora moneda de uso común sobre todo por quienes ni vivieron el momento ni han querido conocerlo sino que ya lo tienen previamente condenado a la luz de sus prejuicios y banderas.

La Constitución necesita una reforma. Y no un simple revocado de fachada. Es necesario hacer obras. Pero esa reforma no podrá ir jamás por la imposición de tragalas sino por acuerdos de grandes mayorías que reflejen el sentimiento y voluntad de la ciudadanía. Buscar los acuerdo, partiendo como es lógico de las discrepancias, será lo obligatorio y necesario. Y hay mucha tela que cortar. En la cuestión territorial y el desbarrado Capítulo VIII. Hay que pensarse y aclarar el modelo, los encajes y no solo de las comunidades con señas diferenciadas sino de ese conjunto de 17 autonómias, que si no abolirse, que ya parece un imposible, si que al menos podían concentrarse y reducirse un algo. Y esta toda la cuestión de la Corona, de su sucesión, ahora regulada por una ley “machista” y hasta de recapitular y hasta votar si se opta por esa forma de estado , la monarquía constitucional o se prefiere dar paso a la republica. Pues claro que puede y debe hacerse. Pero con la sensatez y la cordura como norte. Como habra que entrar en la cuestión de la representatividad política, la ley electoral y la regeneración de la propia política. Esa es la gran tarea del futuro. Pero para ello no es de recibo ponerse a hablar del tema proponiendo la mentira como texto base de trabajo o pretender que de punto de partida se acepte como premisa que no hay otra que declarar la “República de Estepais”, y luego comenzar la disputa por su nombre y apellidos: socialista, soviética, comunal y de los pueblos ibéricos y, perdón, los insulares.

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Autor

Antonio Pérez Henares

Ejerce el periodismo desde los 18 años, cuando se incorporó al diario Pueblo. Ha trabajado después en publicaciones como Mundo Obrero, Tiempo, El Globo o medios radiofónicos como la cadena SER. En 1989 entró al equipo directivo del semanario Tribuna, del que fue director entre 1996 y 1999. De 2000 a 2007 coordinó las ediciones especiales del diario La Razón, de donde pasó al grupo Negocio, que dirigió hasta enero de 2012. Tras ello pasó a ocupar el puesto de director de publicaciones de PROMECAL, editora de más de una docena de periódicos autonómicos de Castilla y León y Castilla-La Mancha.

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