Su campechanía no es una virtud, sino que asienta sus raíces en la memoria genética
Este domingo 15 junio 2014 Carmen Rigalt titula Juan Carlos, el rey de los ‘jubilaras’ su Testigo impertinente en El Mundo.
Por primera vez en 39 años las cosas van a cambiar. No tanto como para disparar las alarmas, pero algo sí. A partir del jueves, el Rey seguirá siendo el Rey, aunque no reinará. Como muchos españoles, formará parte de las clases pasivas (Juan Carlos el jubilata) y hasta es posible que sustituya la caza por la petanca. Poco más: a lo mejor adquiere una segunda vivienda en Montecarlo, dados los lazos de amistad que le unen a esa parte del mapa.
Añade:
Esta semana, a medida que hemos ido conociendo los detalles de la proclamación de Felipe VI, muchos ciudadanos, algunos de ellos conspicuos republicanos (del último cuarto de hora, eso sí), se han entregado con delirio a la crítica. No estoy por la labor de ponerme de alfombra con los Príncipes, pero tengo la certeza de que si la proclamación hubiera ido acompañada de fastos, ahora pondríamos pingando a la casa del Rey. En cambio, basta que se haya optado por una ceremonia discretita para que algunos estén corriendo la voz de que somos unos acomplejados.
Y concluye:
No es sólo la falta de boato y la ausencia de jefes de Estado lo que ha sentado mal a cierta clase política y periodística. El pueblo soberano, que tanto se mete con Letizia de España, ahora la hace responsable de la suspensión del Te Deum. Ella ha convencido a su marido (dicen). Ella se ha impuesto a La Casa (añaden). Ella ha hecho valer su ateísmo (rematan). Sólo les ha faltado concluir: ¡Con lo bien que se vivía bajo palio!
