La Marea de Pérez Henares

El sendero, el rito y el recuerdo

El paso repetido hace el sendero. El rito es el sendero. El mío, al regresar al Enebral, es subir hacia donde se yergue a la mas hermosa de sus sabinas, centenaria y perfecta en su redonda copa, bajo cuya sombra reposan las cenizas de mi buen perro Lord.

Iba a haberlo enterrarlo junto al mirador de las Grullas, un poco más arriba, desde donde uno gusta de saludar algunos atardeceres pero al final opte por el pie y el cobijo del árbol, a media ladera.

Allí subo en este nuevo regreso a estos montes y estos bosques de los que en cierta manera formo parte y le pongo una ramita de romero entre la loseta de pizarra donde está grabado su nombre y la gran piedra que indica la tumba del viejo compañero. Allí deposite, ya va para los cinco años, junto a sus cenizas, su libro, “El diario del perro Lord” contado en primera persona de perro, a quien bauticé como “Lord Jim”, por la novela de Conrad, se quedó con Lord a secas y con quién estuve yo cuando los cerró para siempre.

Estuvo conmigo 16 años, que es larga edad para un perro, desde que era un cachorrillo apenas destetado, desde aquel día que lo recogí donde nació en el Bar “Los Morales y a él está dedicada mi novela de más éxito “Nublares” y en él está inspirado el lobo del protagonista paleolítico. He escrito mucho sobre él y me ha acompañado siempre mientras escribía. Durmió siempre en los pies de mi cama. Fue mi compañero en el campo, compartí la pasión por la caza , la alegría de vivir, las tristezas (nadie captaba como él mis momentos de dolor o de abatimiento y nadie sabia tampoco ofrecer mejor su cariño y su cercanía).

Fue mi perro y yo su amo y su amigo. Creo que muy pocas veces, nunca por supuesto con maldad, nos fallamos el uno al otro. Lo quise como se quiere a un perro. Y se puede querer mucho a un perro. Y el me quiso como los perros quieren a los hombres y lo hizo con toda la devoción y un espíritu leal pero también independiente y libre.
Hoy subo hacia la sabina con quien fue su coleguilla ya de abuelo, el Mowgli, este bautizado por Kipling, que lo ha heredado en afectos y en compañías, y, sin hacerlo olvidar, ha sabido encontrar su propio sitio, que en tantas cosas, ocasiones y hasta gestos es el mismo que el viejo amigo tenía.

Pienso en los pasados. En lo que existió y ya no existe. Ya no es. Su nostalgia es nuestro recuerdo. Por ello mejor abrazarlo, antes que pretender el imposible de recuperarlo y mejor que nos acaricie, que intentar huir de él. No necesita siquiera alcanzarte lo que llevamos dentro y siempre va a encontrarnos. Mas que nunca en el silencio y como inseparable compañero inseparable de la soledad.

El recuerdo del buen Lord me hace bueno a mí. Otros me hacen amargo. Pero ni les huyo ni los enfrento. Llegan raudos y penetran como cuchillos. A veces con dolor y violencia. Luego tenuemente también se van. Como la tarde.

Y en ese rito del recuerdo yo también me bajo hacia la charca, a esperar la noche, a aguardar a que salgan las estrellas. Porque hoy no se asomara llena la luna al agua, anda mediana y en creciente, pero puede que el jabalí si venga.

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Autor

Antonio Pérez Henares

Ejerce el periodismo desde los 18 años, cuando se incorporó al diario Pueblo. Ha trabajado después en publicaciones como Mundo Obrero, Tiempo, El Globo o medios radiofónicos como la cadena SER. En 1989 entró al equipo directivo del semanario Tribuna, del que fue director entre 1996 y 1999. De 2000 a 2007 coordinó las ediciones especiales del diario La Razón, de donde pasó al grupo Negocio, que dirigió hasta enero de 2012. Tras ello pasó a ocupar el puesto de director de publicaciones de PROMECAL, editora de más de una docena de periódicos autonómicos de Castilla y León y Castilla-La Mancha.

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