Advertencia previa, no necesariamente necesaria: claro que respeto a ‘Podemos’, a sus dirigentes y muchas de las cosas que dicen.
No se me encontrará entre quienes insultan a este movimiento, ni entre quienes le inventan falsedades, como que simpatiza con ETA o con el régimen de Corea del Norte, por poner dos ejemplos que he escuchado en algunas de las televisiones no afectas al partido que se ha colocado ya en la tercera posición de nuestro arco político, peligrosamente cerca del PSOE y no tan alejado, si bien se mira, del PP.
La demasía produce efectos ‘boomerang’, y buena parte del alza de Iglesias/Podemos en las encuestas se debe a la cantidad de publicidad que quienes se pretenden sus enemigos más acérrimos le hacen a base de excesos en el improperio.
También está claro que ni me gusta ‘Podemos’ ni, supongo, les gusto yo a ellos. Y no diré que jamás votaré a esta formación, si es que alguna vez se forma, porque, en política, ‘jamás quiere decir hasta esta misma tarde’, como creo que decía el cínico Romanones.
Pero, claro, oyendo el ‘programa político’ desgranado en su rueda de prensa del pasado día 1 por don Mariano Rajoy, no me extraña que la gente se eche en brazos del más nuevo.
Y Pablo Iglesias es seminuevo, mientras que el pétreo y satisfecho programa que nos esbozó el presidente en su comparecencia a veces podría parecer un poco estólido, y conste que profeso también un respeto considerable hacia la figura de Rajoy, llena de sentido común y solidez.
Quizá demasiado de una cosa y la otra, a veces. Puede que eso, y la desconfianza imborrable de los españoles en su clase política tradicional, sea lo que está propiciando que cientos de miles de personas, mayoritariamente jóvenes, se lancen a lo desconocido. Y ‘Podemos’ todavía lo es. Al menos, en buena parte, para mí.
Figuro, desde luego, entre los columnistas y politólogos miopes que no supieron calibrar la importancia real de ‘Podemos’ y que lo despacharon como un simple fenómeno televisivo.
Es mucho más que eso: es fruto del descontento, la desconfianza y el aburrimiento que provocan una clase política, social, económica y mediática instaladas, a las que que Pablo Iglesias, tomándolo prestado del título de un célebre libro italiano, ha llamado ‘casta’.
Y ya digo: discursos del ‘todo va bien’ sientan muy mal a los muchos a los que no les va bien. Y, la verdad, las últimas cifras del desempleo, aunque levemente alentadoras, tampoco son para echar tantos cohetes, aunque no merezcan la descalificación global que los sindicatos, anclados en tiempos de Pablo Iglesias (senior), hacen de ellas.
Nos queda aún por ver qué comportamiento tiene en los sondeos la irrupción a primera fila de la política del nuevo secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, que aún no había llegado al ‘estrellato’ cuando se elaboraban estas encuestas.
En las dos últimas semanas, no menos de cinco personas a las que otorgo credibilidad como sabuesos en estas materias, entre ellas el que actuara como uno de los ‘fabricantes’ de Felipe González, Julio Feo, me han repetido que «este chico llegará a presidente del Gobierno».
También me lo dijeron algunos de Zapatero, cuando fue sorpresivamente elegido secretario general en 2004, y tampoco me lo llegué a creer; y luego, ya ven lo que pasó (algo miope, ya digo).
Así que tengo que depositar una cierta dosis de confianza en el realmente ‘nuevo’, Sánchez (Pablo Iglesias es ya ‘el seminuevo’), para ver hasta qué punto puede sobrevivir el bipartidismo en este país: nadie le disputa el cetro por la derecha al PP, si no es el PP mismo; pero en la izquierda… madre mía, la que se está montando en la izquierda, ¿verdad, Cayo Lara?
Lo peor que podría ocurrir en estas filas de la izquierda, entiendo, es que se dirijan al caladero de votos de ‘Podemos’ a base de hacer y decir las mismas cosas -ya digo que algunas aprovechables, disparatadas sin más otras_que la formación tan afortunadamente creada por Pablo Iglesias y su misterioso grupo pretoriano.
Izquierda Unida necesita una mano de pintura, lo mismo que los sindicatos, y sobre el PSOE ya veremos qué velocidad de cambio -que no creo que sea solamente generacional– le imprime ‘el nuevo’.
Que en Doñana, en Mojácar, en Pontevedra, allá donde se encuentren descansando y/o maquinando, reflexionen todos nuestros líderes acerca de por dónde deben ir los trenes que les ha tocado conducir. Lo que no puede ser es que los hombres y mujeres que nos representan en el Parlamento no lleguen ni a un aprobado bajo en el afecto ciudadano, como nos dicen las encuestas. Será por algo, digo yo.