Este sábado 6 septiembre 2014 Pedro G. Cuartango titula en El Mundo sus Vidas paralelas, dedicadas a Jordi Pujol y Rodrigo Borgia, Virtudes públicas, vicios privados.
Cuando Rodrigo Borgia se convirtió en Alejandro VI en 1492 explicó a sus obispos que ningún acto cometido en privado podría dañar la sagrada función de un sacerdote. Proclamado cardenal a los 25 años por su tío Calixto III, Borgia llegó al Papado tras una peripecia muy poco ejemplar en la que no faltaban el asesinato, el soborno, la simonía y el chantaje. Ningún obstáculo se interponía en su camino, puesto que Borgia no veía contradicción alguna entre su ambición y el solio pontificio. Como hombre era un pecador, como Papa era un santo.
Añade:
Ignoro si Jordi Pujol ha leído alguna biografía sobre Rodrigo Borgia, pero su filosofía de gobierno parece calcada de la de este príncipe renacentista que se convirtió en el hombre más poderoso de Italia. […] Al igual que la legitimación de los excesos de Borgia venía de su condición de cardenal y de Papa, Pujol se sentía justificado para saquear las arcas públicas por la hercúlea tarea que le había confiado la Historia: la construcción de la nación. Como presidente era un modelo para todos, como ciudadano metía la mano en la caja.
Y concluye:
Triste final para un prohombre de la patria, al igual que el de Rodrigo Borgia que murió envenenado en un banquete. […] En ambos casos, sus grandes virtudes públicas -ensalzadas por artistas a sueldo- taparon sus vicios privados. Borgia se sirvió de la religión, Pujol del nacionalismo, pero no hay diferencias en la magnitud de sus ambiciones ni en su falta de escrúpulos.