Este 11 de septiembre de 2014, escribe Maruja Torres en Eldiario.es una columna titulada ‘Último adiós de los ‘sinbanco’ en la que arranca diciendo:
«Lo dije este miércoles en un tuit, y lo repito aquí. Las gentes del Partido Popular -me gusta llamarles «gentes», al estilo Julio Iglesias, creo que corresponde a su grandeza- no deben desolarse, ni siquiera los más acérrimos, ante la desaparición de Ana Botella en el panorama de sus alcaldables».
Añade que:
«Lo que a mí me pone tensa hoy es haber descubierto mi alma negra. Y es que ante la muerte de un banquero no he sido capaz de tenderme en el suelo y orar, y eso que Emilio Botín era -y sus herederos siguen siéndolo- acreedor devenido en accionista del diario en el que antaño pernocté. Pero es que no estoy acostumbrada a que los banqueros traspasen».
«Habituada a recordar a los prescindibles, a los desechados por estas gentes, ignoro en qué consiste la loa a esos hombres que supieron construir un imperio y llevar el nombre de España más allá de nuestras fronteras -Suiza, por ejemplo- y que, no contentos con ello, siempre echaron una mano a los medios de comunicación endeudados, a los exmandatarios que iban por ahí dándose cabezazos como topos, en busca de una puerta giratoria, a ese hoy doliente don Isidoro de El Corte Inglés, al que compró nuestras tarjetas de compra a crédito para que no se viera en la miseria».
Y concluye que:
«¿Qué podemos hacer nosotros, los sinbanco, en homenaje a este hombre que repartía su generosidad a bolsas llenas, y que nunca pedía nada a cambio, posiblemente ni morirse? ¿Comprarle una corona colectiva? Poco me parece.
Andad, hijos míos, coged la Visa y acercaos a un cajero automático del Santander. En la medida de lo posible, dedicadle una comisión póstuma.
Seguro que eso sí lo agradece».