Manuel Jabois, columnista de El Mundo, arranca su pieza, titulada ‘La vida, depende’ de este 18 de septiembre de 2014 así:
Se había marchado Rajoy después de que Rosa Díez, a primera hora de la mañana, le dijese «yo voy a hablar de España con usted». Ser presidente también tiene estas cosas: que venga Rosa Díez, ni más ni menos, y le apetezca hablar de España.
Rajoy había bajado del coche pensando: «A ver si una cara cariñosa me da charleta sobre Contador», y se encontró a Rosa Díez queriendo hablar de España. El presidente podría pensar: «¿Hay algo peor?». Sí: antes tuvo que hablar de Escocia.
Continúa:
Se habían ido todos de la primera fila, pues, y se quedó solo Gallardón. Y el ministro, que ha aplazado el debate sobre su persona hasta que pase el desafío soberanista o dejen de caer ramas en Madrid, lo que ocurra de último, se enfrentó al aborto.
Hubo un tiempo, hace pocos meses, en que si a Gallardón se le enseñaban las tetas en el Congreso, los ujieres desalojaban a las activistas. Hoy, si volviese a ocurrir lo mismo, el Gobierno lo desalojaría a él. Lo dejaron ayer solo como si fuese un espontáneo, tal que escribió Gistau, los que ayer defendían un asunto invasivo en la intimidad de las mujeres como si fuese una cuestión pública, casi policial.
Se le vio débil pero no resquebrajado, porque también hay que decir que sus dimisiones son como la Santa Compaña, que todos la han visto pero nadie la ha tocado.
Finaliza:
Experto en desalojarse virus y salir pizpireto y autoinmune de sus propias ideas, Gallardón asoció tanto la defensa de su reforma con la defensa por la vida que dar marcha atrás le hará parecer el novio de la muerte. En todo este tiempo no sospechó, y no habrá sido por oportunidades, que todo lo que va en el programa no se hace. Mirando el vacío a izquierda y derecha de su banco debió de comprender, por fin, las palabras de Rajoy el 27 de diciembre de 2013 sobre su reforma: «El Gobierno ha tomado la decisión que quería tomar». Como no era el día de los Santos Inocentes, ha tomado la contraria.
