Son los 13.000, el 54,7 por ciento mujeres, y están en 130 países

Misioneros españoles: Los que nunca fallan

Misioneros españoles: Los que nunca fallan
Edad, manos, vejez y enfermedad. PO

A veces hay que hablar de lo importante y no sólo de lo urgente. Cuando todos tenemos ganas de apagar la luz y bajarnos de este país de pésimas noticias, hay que poner la vista en otros españoles de los que sí debemos sentirnos orgullosos.

Son los que están allí donde son necesarios; los que trabajan sin medios para salvar la vida de cientos de miles de personas sin agua, sin comida, sin medicinas; los que construyen escuelas y hospitales donde sólo hay miseria; los que se enfrentan a las guerrillas para salvar vidas incluso a costa de la suya; los que recogen de la prostitución o impiden que lleguen a ella -una lata de sardinas puede comprar la virginidad de una mujer-, a miles de niñas y niños víctimas de la esclavitud del siglo XXI; los que luchan por la libertad de las personas…

Los que no se van cuando todos se han ido. Son los 13.000 misioneros españoles, el 54,7 por ciento mujeres, que están en 130 países, enviados por 440 instituciones religiosas.

Estos días he podido hablar con uno de ellos, Juan José Aguirre, cordobés, 60 años, obispo de Bangassou, República Centroafricana. Casi 35 años en Africa, desde que se ordenó sacerdote.

Aguirre construye hospitales, escuelas, dispensarios, orfanatos, centros para acoger a enfermos terminales de SIDA con apenas 25 o 30 años. Y cuando la guerrilla o los militares las destruyen, vuelve a levantarlos.

Habla de violaciones masivas delante de los maridos, como arma de guerra; de poblados enteros quemados para meter el miedo en el cuerpo a sus pobladores y que huyan a ninguna parte; de epidemias como el ébola apenas a 300 kilómetros, o del SIDA, «el genocidio silencioso que está viviendo Africa.

«Cualquier remedio, dice Aguirre, si es aconsejado por la OMS, si es eficaz, debemos usarlo en buena conciencia porque estamos ante un drama en el que las discusiones valen poco».

En Europa es una enfermedad crónica; en Africa sigue siendo una enfermedad mortal que se extiende imparable. En Centroáfrica, dice Aguirre, «entre el 8 y el 12 por ciento de la población está contaminada».

Pero hay muchos más como Aguirre. Enrique Figaredo, en Camboya, donde había diez millones de personas y once millones de minas antipersonas que han dejado sin piernas a miles y miles de inocentes.

O los dos misioneros españoles que acaban de entregar su vida, contagiados por el ébola después de atender a los que necesitaban su ayuda. Como Covadonga Orejas, carmelita de la Caridad, que con los salesianos mantiene un centro para niños vulnerables, recogidos de la calle, en Libreville, Gabón.

O como Manos Unidas en el Estado indio de Karnataka, donde recoge a las mujeres devadasi, utilizadas desde la niñez. como objetos sexuales, esclavas de la diosa Yallamma.

Las violaciones extremas de los derechos humanos siguen siendo constantes en pleno siglo XXI.

Y casi siempre, allí donde la vida no vale nada, hay un misionero, muchas veces un misionero español, tratando de poner amor donde hay odio. Esta es la semana de los misioneros, la semana del Domund. Una semana grande para hombres grandes.

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