Bokabulario

Pablo VI, el Papa que denunció «el humo de Satanás» en la Iglesia

Cuando la Iglesia declara al papa Pablo VI beato, creo que debe recordarse su homilía de las fiesta de San Pedro y San Pablo de 1973 en que pronunció la frase de que «el humo de Satanás había penetrado en la Iglesia».

Esta homilía fue como un cañonazo en un momento en que muchos católicos, laicos y, sobre todo, consagrados, estaban todavía entusiasmados por los frutos que iba a recoger la Iglesia debido al Concilio Vaticano II.

Para mí, el Concilio es uno de los acontecimientos más importantes del siglo XX, quizás el que más entre el final de la Segunda Guerra Mundial y la caída del bloque socialista. Después de él, la Iglesia y los católicos emprendieron una carrera para hacerse agradables al Mundo (uno de los enemigos del alma, por cierto). Se expandió, como recuerda Aquilino Duque, «un ambiente eclesial que coadyuvaba a la descristianización de las masas».

La denuncia de Pablo VI:

Se diría que a través de alguna grieta ha entrado, el humo de Satanás en el templo de Dios. Hay dudas, incertidumbre, problemática, inquietud, insatisfacción, confrontación.

Advertencia contra los profetas profanos y la fe irracional en la ciencia:

Ya no se confía en la Iglesia, se confía más en el primer profeta profano —que nos viene a hablar desde algún periódico o desde algún movimiento social— para seguirle y preguntarle si tiene la fórmula de la verdadera vida; y, por el contrario, no nos damos cuenta de que nosotros ya somos dueños y maestros de ella. Ha entrado la duda en nuestras conciencias y ha entrado a través de ventanas que debían estar abiertas a la luz: la ciencia.

Pero la ciencia está hecha para darnos verdades que no alejan de Dios, sino que nos lo hacen buscar aún más y celebrarle con mayor intensidad. Por el contrario, de la ciencia ha venido la crítica, ha venido la duda respecto a todo lo que existe y a todo lo que conocemos. Los científicos son aquellos que más pensativa y dolorosamente bajan la frente y acaban por enseñar: “no sé, no sabemos, no podemos saber”.

Es cierto que la ciencia nos dice los límites de nuestro saber, pero todo lo que nos proporciona de positivo debería ser certeza, debería ser impulso, debería ser riqueza, debería aumentar nuestra capacidad de oración y de himno al Señor; y, por el contrario, he aquí que la enseñanza se convierte en palestra de confusión, en pluralidad que ya no va de acuerdo, en contradicciones a veces absurdas.
Se ensalza el progreso para luego poder demolerlo con las revoluciones más extrañas y radicales, para negar todo lo que se ha conquistado, para volver a ser primitivos después de haber exaltado tanto los progresos del mundo moderno.

El optimismo infundado en el Concilio Vaticano II se enfrenta a la realidad:

También en nosotros, los de la Iglesia, reina este estado de incertidumbre. Se creía que después del Concilio vendría un día de sol para la historia de la Iglesia. Por el contrario, ha venido un día de nubes, de tempestad, de oscuridad, de búsqueda, de incertidumbre y se siente fatiga en dar la alegría de la fe. Predicamos el ecumenismo y nos alejamos cada vez más de los otros. Procuramos excavar abismos en vez de colmarlos.

La necesidad de signos religiosos:

Hemos perdido los hábitos religiosos, hemos perdido muchas otras manifestaciones exteriores de la vida religiosa. Respecto a esto hay mucho que discutir y mucho que conceder, pero es necesario mantener el concepto, y con el concepto también algún signo de la sacralidad del pueblo cristiano, es decir, de aquellos que están insertos en Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote. Ello nos dirá también que tenemos que sentir un gran fervor religioso.

Infiltración del Diablo en la Iglesia:

¿Cómo ha ocurrido todo esto? Nos, os confiaremos nuestro pensamiento: ha habido un poder, un poder adverso. Digamos su nombre: él Demonio. Este misterioso ser que está en la propia carta de San Pedro —que estamos comentando— y al que se hace alusión tantas y cuantas veces en el Evangelio —en los labios de Cristo— vuelve la mención de este enemigo del hombre. Creemos en algo preternatural venido al mundo precisamente para perturbar, para sofocar los frutos del Concilio ecuménico y para impedir que la Iglesia prorrumpiera en el himno de júbilo por tener de nuevo plena conciencia de sí misma.

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Autor

Pedro F. Barbadillo

Es un intelectual que desde siempre ha querido formar parte del mundo de la comunicación y a él ha dedicado su vida profesional y parte de su vida privada.

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