Hace días leí una información muy llamativa referente a China y, como allí, algunas mujeres se toman la justicia por su mano cuando sus maridos les son infieles. El relato era el siguiente: Lin Yao Li, de 38 años, iba andando camino de casa tras hacer algunas compras en un centro comercial de la ciudad china de Puyang, cuando se vio acorralada por cuatro mujeres que la estaban esperando para darle un ‘correctivo’.
El hecho de que la víctima se hubiese acostado con el marido de otra mujer, parecía dar la autoridad necesaria a este grupo de mujeres para arrancarle violentamente la ropa y dejarle completamente desnuda en plena calle, a la vista de todos sin que nadie hiciera nada por detenerlas.
Hechos así parecen haberse convertido en habituales en el gigante asiático donde las agresoras, lideradas por la esposa del marido infiel, también golpean a sus víctimas con tal brutalidad que terminan hospitalizadas con lesiones importantes.
La noticia llamo mi atención primero porque -aunque nadie se merece un trato así y la violencia jamás este justificada- resulta llamativo que sea la amante y no el marido infiel el objetivo de la iras de la esposa despechada y segundo porque el otro día me contó una amiga que en su barrio habían apaleado a una adolescente por motivos similares, porque había estado con el novio, también adolescente, de otra chica.
Resulta curiosos que si un hecho así ocurre en China se convierte rápidamente en noticia, pero si es en un barrio céntrico de Madrid donde la brutalidad, la mofa y el escarnio se ceba con una niña por parte de sus propias compañeras, apenas hay reflejo en los periódicos.
Por otro lado, según los últimos estudios sobre la violencia machista en España el sector donde más crece y, de manera muy alarmante, es entre los adolescentes y lo más preocupante es el grado de comprensión de la chicas cuando una de sus amigas es agredida verbal, incluso físicamente por su pareja.
La excusa es siempre la misma: los celos por amor, que son la forma de justificar comportamientos egoístas, represivos y violentos.
El problema, según dicen los expertos, es que no se detectan estas situaciones como un riesgo.
«Tenemos demasiado interiorizado los mitos relacionados con el amor romántico y la transmisión de valores a través de esas princesas de cuento que busca a su príncipe ideal que muchas jóvenes vulnerables cuando se encuentran en una situación de abuso piensan: «por mí a cambiar, el amor es para toda la vida», señalaba el otro día una psicóloga especializada en este tipo de casos.
El problema es que sabemos las recetas y entre ellas deberíamos enseñar a nuestras hijas a decir NO ante el primer insulto o humillación, a desmontar esos mitos de príncipes y princesas, a favorecer la autoestima, a valorar como un tesoro la independencia.
Deberíamos incentivar la educación preventiva y en igualdad porque, aunque se hagan esfuerzos, y se están haciendo, está claro que no son suficientes.
Aquí ya no sólo se trata de que el cuento acabe bien, sino de que las nuevas generaciones no repitan los peores esquemas machistas del pasado. No es China, es España y no es amor es maltrato. Tolerancia cero.