Este 27 de octubre de 2014, escribe David Torres en Público.es una columna titulada ‘Entre Mortadelos y Sacarinos‘ en la que arranca diciendo:
En las encuestas que a veces nos hacen los escritores preguntando cuáles fueron los libros que nos marcaron en la infancia y con qué personajes descubrimos la literatura, suele haber mucha respuesta de camelo, mucho libro impostado, mucho genio precoz que a los siete años ya estaba leyendo el Quijote y subrayando con plastidecor a Dostoyevski.
Añade que:
Será cosa de brujería, pero el país cada vez se parece más a las historietas de Ibáñez, desde la hecatombe del Prestige, que parece obra de Pepe Gotera y Otilio, hasta los árboles suicidas de Madrid, que caen uno tras otro como si los hubiera rociado el profesor Bacterio con uno de sus aerosoles atroces.
Y concluye que:
Vázquez, lo mismo que le ocurrió luego a Ibáñez, no tenía ningún derecho sobre el material que le compraban por cuatro duros y asistió a la humillación de que otros artistas, obligados por la editorial, usaran los personajes y los gags que él había creado. Su involuntaria venganza fue que que esos episodios Nacionales de la chapuza, el choriceo y la desvergüenza saltaran un día de la página a la realidad.