Este 30 de octubre de 2014 escribe Ely del Valle en El Semanal Digital una columna titulada ‘Las fotos comprometidas que ahora algunos intentan borrar del mapa’ que arranca diciendo:
En estos momentos hay unos cuantos puñados de almas, no robadas sino en pena, que duermen muy malamente por culpa de unos documentos gráficos que les tienen en un sinvivir.
Y añade que:
Son esas fotos que un día les mostraron con cara de orgullo junto al yerno del Rey, departiendo de tú a tú con los triunfadores de su partido o en actitud relajada con el alcalde a quien apoyaron; fotos con las que podían presumir de haber compartido mesa con el vicepresidente del FMI, langostinos con el más importante del sindicato o momentos de amigable relax con esa joven promesa a la que estaban ayudando a subir como la espuma; fotos, en definitiva destinadas a formar parte del legado familiar que un día enseñarían a sus nietos con orgullo y que hoy se han convertido, oh cielos, en el testimonio de que estaban a partir un piñón con imputados por delitos fiscales, con acusados por blanqueo de dinero, con artistas del cohecho y la administración desleal o, simplemente, con el pequeño Nicolás, que a ver cómo explicas a tus descendientes quién era este pollo.
Y concluye que:
Vivimos días turbulentos en los que los selfies conseguidos al asalto por particulares desaparecen del Facebook, y en los que los periodistas, que somos gente perversa, andamos hurgando en los archivos a la misma velocidad que otros intentan que esas malditas imágenes que les envenenan los sueños porque les colocan en el centro de la diana, dejen de aparecer como fondo de pantalla cada vez que se habla de un asunto turbio.
