Puede haber más actores participando en el juego, pero, en esencia, la corrupción es cosa de dos: el que da y el que toma.
El que soborna y el que se deja sobornar. Hasta la fecha, en los casos que conocemos, empresarios y políticos se han repartido los papeles. El político que presiona y el empresario que cede ante la mordida por temor a quedar fuera del reparto de las contratas o concesiones administrativas.
El juego, a fuer de sucio, admite, variantes. Empresarios del mundo editorial especializados en libros escolares que merced al concurso de políticos sobornables abonaron fortuna conociendo con antelación los planes de estudio que planeaba implantar el Ministerio de Educación.
Otros hubo que atesoraron fama porque ante la sociedad pasaban por tener ojos de lince y se anticipaban a comprar terrenos protegidos en vísperas de inopinadas recalificaciones. Después se supo que todo era más vulgar, incluso sórdido, por lo que tenía de compra de alcaldes o concejales de Urbanismo.
A los más listos se les ocurrió que lo mejor era hacer amigos en los consejos de administración de las cajas de ahorro. Gracias a ésas amistades, conseguían sin avales créditos millonarios para desarrollar promociones urbanísticas que al estallar la burbuja se quedaron colgadas de la polea dejando arruinadas a las cajas.
Estigmatizamos, con razón, por lo que tiene de obsceno, el uso de las tarjetas «black» de Cajamadrid, pero reparamos menos en el fondo del escándalo: el saqueo de la caja. En los más de veintidós mil millones de euros del agujero que dejaron como herencia Blesa y Rato, dos personajes a los que durante años rendían pleitesía algunos de los que ahora les critican en editoriales y tertulias.
Denunciamos y hacemos bien, los escándalos que brotan de la complicidad de los políticos, pero damos menos relieve tipográfico a los casos de corrupción que resumimos bajo el eufemismo de «economía sumergida».
Pequeñas o medianas empresas o profesionales guiados bajo el principio de orillar en lo posible al Fisco. Alrededor de un millón, según opinión muy extendida. Por eso llama tanto la atención que el Consejo Empresarial por la Competitividad en un informe muy comentado estos días diga que siendo el paro, la corrupción y la economía sumergida, los mayores males que afligen a España, como empresarios que son, no se sientan concernidos.
Lo digo, porque quienes despiden son empresarios; empresarios son, también, quienes están detrás de los sobornos en buena parte de los casos de corrupción que conocemos y, empresarios son quienes navegaban por las aguas de la economía sumergida. Está claro que se han olvidado de que en materia de corrupción: tan corrupto es el que da como el que toma. ¡Qué país¡