Este 12 de noviembre de 2014 escribe Juan M. Blanco en Vozpópuli una columna titulada ‘Una revoución del pensamiento‘ en la que arranca diciendo que:
Los últimos años han alterado radicalmente la conciencia de las gentes, descolocado completamente a unos políticos desprovistos de capacidad de reacción. Encerrados en su burbuja, se ven todavía en los días de vino y rosas, merecedores de vítores, aplausos y admiración del respetable. Pero los partidos fueron rebasados vertiginosamente por una radical revolución del pensamiento, por un silencioso vendaval de nuevas ideas, opiniones y percepciones.
Y añade que:
El régimen de la Transición funcionó con una bien estructurada espiral de silencio. Un terrible tabú protegía el entramado identificando el concepto de democracia con la Constitución, el proceso autonómico o la figura del Rey. Ponerlos en cuestión, o criticar la generalizada arbitrariedad, la ubicua corrupción, conllevaba el vacío, el ostracismo, el desprecio: la calificación de antidemócrata. La dinámica de grupos condujo a un marco patológico que sustituía la libertad de pensamiento por las consignas, los clichés, las frases hechas. Los controlados medios difundían los enunciados aceptados, trazaban la frontera entre lo tolerable y lo intolerable, mientras un porcentaje sustancial de la población se limitaba a reproducirlos como papagayos, accionando inconscientemente la espiral.
Y concluye que:
Atajemos las humillantes espirales de silencio, ésas que se tejen con hilos de miedo e inseguridad. Es necesario mantener la confianza en las propias convicciones, contrastar y discutir las propias ideas pero nunca acomodarlas al «qué dirán» o al «qué pensarán». Reducir la dependencia del grupo, de la tribu, reafirmando nuestra independencia como personas. Y, en casos extremos, practicar la sana recomendación de Groucho Marx: no adherirme a ningún grupo capaz de admitirme como socio.