¿La solución, nueva generación?

Pablo Iglesias y su desprecio a «los viejos de corazón viejo»

Pablo Iglesias y su desprecio a "los viejos de corazón viejo"
Cayo Lara. EFE

Estuve el pasado sábado en el acto en el que Podemos elegía a sus nuevos órganos directivos: edad media, 35 años. Al día siguiente, Cayo Lara, 62, anunciaba una decisión, dice que largamente meditada, de no presentarse a la reelección en las primarias internas de la coalición: será sustituido presumiblemente por Alberto Garzón, que aún ni siquiera cumple los treinta y que, por cierto, es firme partidario de la convergencia IU-Podemos.

Hace algunas semanas, era el diputado que más tiempo ha ocupado un escaño en el Congreso, Alfonso Guerra, quien proclamaba su abandono de la vida política, que no, se supone, de la política. Con ello, la renovación de caras en el PSOE es prácticamente total: su ejecutiva tiene una edad media de cuarenta y dos años.

Se diría que el año 2014 que se acaba se ha caracterizado por una auténtica revolución de rostros: desde el Rey, al líder de la oposición, Alfredo Pérez Rubalcaba, 63, reemplazado por Pedro Sánchez, que inicia el tránsito por la cuarentena.

Los rostros más usuales, como el de Arias Cañete, se refugiaron en el Parlamento Europeo, en el mejor de los casos para ellos. Otros, como la alcaldesa de Madrid Ana Botella -no será la única vara municipal que dé este paso–, simplemente se retiraban de la carrera hacia las elecciones de mayo.

Escuché a Pablo Iglesias, en su acto del sábado, hablar con cierto desprecio de «los viejos de corazón viejo», relegándolos al baúl de los recuerdos. Algunas empresas, lejos de plantearse los indudables beneficios económicos globales derivados de prolongar la vida laboral, consideran que, a los cincuenta y cinco, ya vas sobrando.

Mala cosa, cuando ahora apenas un dieciséis por ciento de los jóvenes entre los veintitrés y los treinta pueden vivir de su trabajo: la franja de la vida activa de un trabajador se va estrechando. ¿Podrá la Seguridad Social soportarlo? Por supuesto, ignoro cuál es la solución.

Pero seguro que viene dictada por una revolución en los planteamientos mentales. Mientras a nuestros políticos todo lo que se les ocurra para renovar la vida pública y mejorar los niveles de democracia del país sea cortar las cabezas de los ‘viejos’ y que no quede ni una mayor en edad que, por ejemplo, el Rey Felipe VI, vamos apañados.

Que el principal misil dialéctico que el jefe de la oposición dirija al jefe del Gobierno es que tiene que ‘jubilarse’, a sus cincuenta y ocho, me resulta altamente indicativo: comprendería que, en la dialéctica clásica Gobierno-oposición, le dijese que se tiene que marchar porque lo hace mal.

Pero ¿jubilarse? Ahora, la nueva forma de dividir a las dos españas va a ser, por lo visto, establecer una raya entre los menores de cuarenta y siete y quienes sobrepasan -sobrepasamos- esa edad. Mire usted qué bien: hemos encontrado un nuevo baremo para enfrentarnos.

A veces, cuando contemplo este panorama, me entran unas feroces ganas de acudir a una jubilación anticipada. De borrarme. Y que algunos se chinchen, hala. Otros, en cambio, seguro que se alegrarían.

Porque seguro que mi sustituto, sea donde fuere y para lo que fuere, ya está afilando la daga con la que jubilará, alegando ‘meras razones de edad, nada personal’.

 

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