Este 24 de noviembre de 2014, escribe Almudena Grandes en El País una columna titulada ‘Transición‘ en la que arranca diciendo:
La idea de que España necesita una segunda Transición gana adeptos a diario. La insistencia en el término es, como mínimo, curiosa. Si una transición supone siempre, por su propia definición, un trayecto entre dos etapas, la solución a los conflictos creados por un camino que nunca se completó consistiría en emprender otro, seguir avanzando sin meta definida hasta que nos muramos de cansancio.
Añade que:
Un consenso gaseoso e informe -pues nadie asumió nunca su autoría ni publicó sus términos- ha limitado así, durante casi cuarenta años, el ejercicio normal de la democracia, que se define, entre otras cosas, como un régimen donde es posible, lícito, y hasta encomiable, hablar de todo. Por eso me parece peligrosa la idea de una segunda Transición, que prolongue las provisionalidades y las indefiniciones de la primera.
Y concluye que:
El mejor servicio que podrían hacerle a la Transición sus defensores más fervientes es terminarla de una vez. Asumir que los españoles somos demasiado mayores para que nos sigan llevando de la mano. Normalizar nuestra democracia para que encaje, por fin, con todas las definiciones.