Antonio Casado

Volvió el niño del PP.

Caramba con el niño del PP. Si es un farsante no se entiende que el Estado se tome tantas molestias, como la de querellarse contra él por injurias al CNI. Además, Francisco Nicolás Gómez Iglesias en su DNI, ya estaba empapelado en un Juzgado de Madrid por estafa, usurpación de funciones y falsedad documental. Y si solo es un mentiroso compulsivo, tampoco se entiende que este Juzgado haya declarado secreto el sumario.

Recapitulemos. Cuando, después de ser detenido en octubre por los agentes de Asuntos Internos, fue puesto a disposición judicial, la juez de guardia, Mercedes Pérez Barrios, tampoco entendía, y así lo dejó escrito, «cómo un joven de 20 años, con su mera palabrería puede acceder a las conferencias, lugares y actos a los que accedió sin alertar a nadie con su conducta, por muy de las juventudes del PP que manifestara haber sido». Comparto esa perplejidad de la jueza. Y llevo intranquilo la inicial impresión, asentada en un primer informe forense que atribuía al muchacho «una florida ideación delirante de tipo megalomaníaco». Y no tanto porque dude de esos primeros dictámenes, el judicial y el médico, sino porque no entiendo que, siendo así, asumiendo que Nicolás es un farsante, fuese tratado como si no lo fuera por ciertos representantes institucionales.

Es el problema. No el eventual desvarío de ver en niño del PP un dechado de inteligencia al que haya que tomar en serio, sino porque siendo un farsante le hayan tomado en serio personajes de la vida pública e institucional -no uno, ni dos, bastantes más- que están en la mente de todos porque ya se encarga el muchacho de recordarlo a todas horas. O sea, que el niño del PP ha logrado que la opinión pública desvíe la carga de la prueba. Antes recaía en el protagonista del culebrón. Ahora recae sobre esos personajes públicos que se resisten a dar explicaciones convincentes sobre la pintoresca escalada de Francisco Nicolás en la pirámide del poder construida en torno al PP. El cambio de percepción deriva de sus apariciones televisivas en directo, cuyo masivo seguimiento tampoco se explica caracterizando por enésima vez al personaje como un «friki» que provoca la risa y no la desconfianza en nuestros gobernantes.

Dicho de otro modo, el estupor de la opinión pública por las andanzas del niño del PP se ha convertido en alarma social. Se detectan demasiados agujeros, o lo parece, en un relato oficial que Nicolás desmejoró claramente en una agotadora comparecencia ante las cámaras de televisión, el sábado pasado, frente a cuatro experimentados periodistas. Nadie pudo o supo bajarle los humos, a pesar de la desigual confrontación. Un presunto farsante frente a cinco linces de la Prensa dispuestos a desenmascararle. Cada uno de los cinco le doblaba la edad, pero el niño del PP sobrevivió al interrogatorio, cosechó aplausos del público asistente al programa y barrió en las redes sociales. Todo ello con un relato sobrio, acusaciones concretas y referencias personales, espaciales y temporales de fácil comprobación.

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