Este 24 de diciembre de 2014, escribe Juan M. Blanco en Vozpópuli una columna titulada ‘Economistas, ¿unos engreídos?’ en la que arranca diciendo:
Todos hemos escuchado alguna chanza o rechifla acerca de la labor de los economistas, colectivo al que pertenezco. Tres personas, confinadas en una isla desierta y hambrientas, poseen una lata de conserva pero carecen de instrumento para abrirla. Tras exponer las ocurrencias de los dos primeros, el chiste finaliza con la solución del economista: «supongamos un abrelatas».
Añade que:
Los gobernantes pueden ser ignorantes pero no idiotas: son plenamente conscientes de sus intereses, con frecuencia distintos a los del ciudadano. En un sistema de intercambio de favores, cerrado, con fuerte connivencia entre clase política y ciertos grupos empresariales, las «malas» decisiones económicas no son meras equivocaciones sino medidas deliberadas, dirigidas conscientemente a reforzar las trabas a la competencia, proteger a los amigos y salvaguardar los ingresos que se reparten las élites político-económicas.
Y concluye que:
Por suerte, algunos van comprendiendo poco a poco que los problemas de España no provienen de la ignorancia, o la falta de preparación, que caracteriza a la clase política sino de un nefasto funcionamiento institucional. La verdadera reforma económica requiere una radical reforma política que modifique los incentivos materiales pero también las reglas informales, las expectativas, las creencias.