A los Reyes Magos, Melchor, Gaspar y Baltasar, les he pedido para el año que empieza trabajo y salud, sobre todo salud, y muy especialmente para los enfermos de cáncer que permanecen estos días en los hospitales en espera de que la ciencia obre el milagro, y para todas esas personas que padecen enfermedades raras, de las que poco a nada se sabe, y contra las que luchan las familias a veces en solitario, otras asociándose porque ya se sabe que la unión hace la fuerza, y con los que se ha implicado seriamente la Reina Letizia. También, cómo no, para esos enfermos con hepatitis C, cuya vida pende de un medicamento que la Sanidad Pública les entrega, cuando lo hace, con cuentagotas porque según dicen es muy caro, lo que no justifica el racionamiento a que son sometidos estos enfermos.
Y digo, y digo bien, que no puede haber recuperación económica en nuestro país si antes no hay recuperación moral. Hay que empezar por no dejar morir a esos padres, hermanos, familiares y amigos que saben que podrían curarse, y que bastaría que la Administración de la Sanidad pública se hiciese cargo de su tratamiento para que ellos pudieran mirar el futuro con un poquito de esperanza. Un tratamiento que no se puede demorar un segundo más, como no se demoró el rescate de Bankia y de otras cajas y entidades cuya salvación nos ha endeudado a los ciudadanos de por vida. Y no es demagogia , solo sensibilidad con los que sufren, ellos y sus familias, y que les han obligado a encerrarse en el Hospital 12 de Octubre de Madrid, con el único fin de llamar la atención de un Gobierno, de un ministro que retrasan las medidas cuando de salvar vidas humanas se trata pero que corre despavorido cuando tiene que tomarlas para bajar los sueldos o cercenar los derechos de los trabajadores. No sé cuánto cuesta la publicidad de los organismos oficiales, cuánto se gastan innecesariamente en cambiar el mobiliario, en viajar para agasajar a sus votantes, cuánto se va por las alcantarillas sin que expliquen por qué y para qué, cuánto gastan en cosas superfluas que se podrían evitar, para utilizar ese dinero en salvar vidas, en atender a los dependientes, a la gente sin recursos, a los enfermos de hepatitis C o de Alzheimer. Dice Ignacio González que en Madrid no hay niños que pasan hambre, haciendo caso omiso de los informes de Caritas. Cómo se ve que no pisa la calle, que no va a los comedores sociales, donde miles de voluntarios trabajan día y noche para que nadie se quede sin comer o cenar. Es cierto que se empieza a ver un poquito de luz al final del túnel, algo que no debe cegar a quienes tienen la obligación de ayudar y apoyar a los que callan por dignidad, por timidez, por miedo a que les quiten lo poco que les queda. Claro que hay que abrir comedores para que los niños puedan llenar sus estómagos. Claro que hay gente que vive a oscuras porque no puede pagar el recibo de la luz. Claro que hay enfermos que no pueden ir a los hospitales porque no tienen papeles de residencia. Claro que hay miseria, y mucho drama oculto, pero ya se sabe que no hay peor ciego que el que no quiere ver.