Fernando Jauregui

Humor, honor o muerte

Cuando escribo esto, el mundo se llena de rumores, la inquietud invade las conciencias de todos. La operación en Francia contra el terrorismo asesino ni siquiera se ha cerrado del todo, pero los debates ya se han abierto. Tienen a los límites del periodismo como telón de fondo: ¿se pueden publicar caricaturas de Mahoma que hieren la sensibilidad de muchos creyentes? Y ya que estamos: ¿se podría hacer lo mismo con el Papa, con Buda? ¿Hasta dónde la crítica -o la burla- a las instituciones? ¿Cuáles son los límites del buen o mal gusto?

El debate es casi eterno: ¿dónde fijar la raya entre la libertad de expresión y lo intolerable? He escuchado voces, afortunadamente minoritarias, que dicen que Charlie Hebdo había traspasado a veces ese umbral. Claro que también se oyen voces, por suerte las menos, pidiendo una restricción en la tolerancia a las costumbres y usos de los que piensan diferente a la civilización occidental. Y yo pido tolerancia a quienes se creen en posesión de la verdad occidental, que debe estar contrapesada con la tolerancia desde el lado de la ‘otra’ civilización de Hungtinton, que tantas veces se piensa con la exclusiva de la luz. Los asesinos, los verdugos, los torturadores, sean islamistas o lo que fueren, están excluidos de cualquiera de estas consideraciones, desde luego.

Mi concepto de lo que ha de ser la libertad de expresión incluye también lo exagerado, especialmente si viene del campo del humor. El propio, heroico, director de Charlie Hebdo, ese ‘Charb’ para quien pido el máximo reconocimiento y honores hasta donde él los hubiese admitido, resumió de una manera a mi entender luminosa esa concepción tan indefinible, tan inaprehensible, que resume muchas contradicciones aparentes: «humor o muerte», nos dejó dicho. Frase tremenda, que resume siglos de peleas en la humanidad: nada hay que separe más a un hombre de otro que un diferente sentido del humor. Lo que trae aparejado un diferente sentido del honor. Y aquí sí que con la Iglesia hemos topado, amigo Sancho.

Claro que no voy a resumir en el humor -ni siquiera en el honor– la tragedia colectiva que hemos vivido todos en París, y que podría haber sido en otros muchos sitios. Simplemente, digo que depositar la más mínima culpa en pretendidos ‘excesos’ periodísticos, buscando así una razón para el crimen, es un grave desenfoque. Sería como justificar los crímenes de ETA porque hay vascos a los que les gusta Madrid y lo proclaman. Los periodistas no podemos dar ni un paso atrás en las conquistas que hemos ido logrando a lo largo de siglos, y que siempre se topan con la dialéctica entre derecho al honor versus libertad de expresión. El problema comienza cuando vemos quiénes son los que ponen el listón al derecho al honor. Porque los límites a la libertad de expresión ya están contemplados, a veces muy severamente, en los códigos penales y hasta en esa frase genial de un dibujante y periodista también genial: «humor o muerte».

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