La histórica convocatoria ha sido difundida por Internet con los hastag #MarcheRepublicaine y #MarcheDu11janvier
Reconozco que a mí, que tengo una hija que vive en París no lejos de uno de los escenarios de la tragedia que nos ha acongojado durante toda la semana, también me hubiera gustado estar este domingo manifestándome, junto a un millón y medio de personas, por el centro de las calles de la capital francesa.
Que a esa manifestación hayan acudido los más representativos líderes europeos, entre ellos Mariano Rajoy, me parece un reconocimiento de hasta qué punto tres (o cuatro) individuos con tres (o cuatro fusiles) han sido capaces de poner en jaque toda una concepción del mundo (occidental).
Los acontecimientos más terribles, esos que de verdad nos conmueven, acaban casi siempre, cuando acaban bien, con una manifestación en la que todos, que piensan tan diferente, se hermanan; así sucedió, en España, por ejemplo tras el intento de golpe del 23-f de 1981, o tras el atentado del 11-m de 2004, aunque en este último caso el mal manejo de las cosas por el presidente Aznar acabaría haciendo que la salida a la calle significase un poco más de desunión y, por cierto, la posterior derrota electoral de Mariano Rajoy, el hombre que sucedió a Aznar.
Vimos este domingo en la cabeza de la manifestación a Hollande, que tan digna postura ha mantenido en medio del caos, aunque ahora vengan los debates sobre si se actuó bien o mal a la hora de capturar y abatir a los terroristas.
Demasiadas vidas inocentes se han quedado por el camino, quizá. O acaso haya sido inevitable, quién podría decirlo desde la barrera. Y el presidente francés, y su primer ministro, Manuel Valls, estarán rodeados, además de por Rajoy, por Merkel, Matteo Renzi -que es la figura en auge en Europa-, el polaco Tusk, una alta representación norteamericana, el ‘premier’ británico Cameron…
Un grito conjunto de Occidente, secundado sin duda por muchas voces musulmanas que saben lo mucho que la locura de los terroristas les perjudica, que señala que hasta aquí hemos llegado.
Algo va a ocurrir: la caza al yihadista, a eso que se llama ‘Estado Islámico’ (islamista), ha dado comienzo, aunque ya estaba en marcha. Ojala no salpique a la convivencia entre civilizaciones que, digan lo que digan ahora algunos, y antes Huntington, y antes que él muchos desde posiciones mucho más fieras, no son incompatibles; contra el terror, la tolerancia.
Pero, claro, este espectáculo de unidad no anula los debates de fondo. Ahí está Marine le Pen para demostrarlo. Reconozco que me da más miedo pensar en una Europa en la que domine el Frente ultraderechista francés, aliado con la UKIP de Farage o con los movimientos xenófobos en Holanda (Geert Wilders), Alemania o Bélgica, que en los posibles embates del fanatismo ciego alentados por unos imanes lejanos que se niegan a interpretar correctamente el Corán.
No minimizo el problema, que conste: sé el peligro que significa la ceguera rabiosa que se acoge a una religión que ellos deforman a placer. Pero también sospecho el riesgo que corre una Europa convencida de su superioridad occidental, incluso racial.
No sé si comparto todos los ‘cartoons’ del Charlie Hebdo, revista que he leído con placer divertido durante años; pero sí sé que daría la vida, como los dibujantes de la revista, para que puedan seguir publicándose.
Y repito una vez más una frase del inolvidable director de Charlie Hebdo, Cherb, que se me ha quedado grabada: «humor o muerte», nos dijo.
Lo importante no es la manifestación, a la que, insisto, me gustaría haberme unido y a la que me consta que se han unido muchos españoles viajados expresamente a París, que bien vale un desplazamiento.
Las covachas fanáticas en las que se invoca blasfemamente a Alá no se van a conmover por tener un millón de personas congregadas en las calles. Lo importante es a qué conclusiones lleguemos los que nos manifestamos.
Sospecho que nada gustaría más en las áridas tierras en las que los salvajes sojuzgan a los teóricamente suyos que ver que Occidente se repliega sobre sí mismo y se lanza al ataque de valores éticos y estéticos, contra la moral y costumbres, de millones de personas que viven pacíficamente entre nosotros.
Hay muchas alarmas que alertar, claro. Pero me parece que Europa se la está jugando no porque tres ‘enviados especiales’ (suponiendo que así haya sido) del terror hayan puesto en jaque a la República francesa, y a todos nosotros, durante tres días: somos lo suficientemente fuertes como para que eso nos haya puesto realmente en peligro.
La Europa que se manifiesta se la juega si renuncia a ser el santuario de la acogida, de la tolerancia, de la convivencia y de las libertades.
Y eso es precisamente lo que vamos a ver ya la semana próxima, cuando volvamos a retomar los problemas domésticos (Artur Mas, el procesamiento de una infanta y ese largo etcétera) que tanto cuerpo han bajado en los titulares en estos últimos días. Pero que, como el dinosaurio de Monterroso, ahí siguen.