Durante décadas hemos vivido en España bajo la amenaza del miedo a los asesinatos y los atentados indiscriminados de ETA que hoy, afortunadamente, se han convertido en un terrible pero lejano recuerdo, aunque hay heridas que ni las víctimas ni los ciudadanos de bien olvidaremos hasta que los asesinos y sus cómplices no pidan perdón. El pánico provocado por el mayor atentado de la historia en España, el trágico 11-M, nos hizo vivir de nuevo el miedo a la intolerancia, al fundamentalismo, a la sinrazón. Ahora, París, la libertad de expresión, la libertad, la democracia están de nuevo bajo el miedo a las pistolas, a la sangre derramada sin sentido alguno, a la intolerancia, al odio. Vamos a vivir durante mucho tiempo con el miedo encima de nuestras espaldas porque las amenazas del terrorismo yihadista van a ir a más.
Hace 500 años, el escritor y filósofo francés, Michel de Montaigne decía que «no hay cosa de la que tenga tanto miedo como del miedo». Vivir bajo el miedo a veces es imposible de evitar, pero así es muy difícil mantener vivo el edificio de la libertad, que es lo que sustenta todo nuestro Estado social y democrático. Hay muchos esperando a que ese miedo sirva para limitar derechos, para crear nuevas barreras, para excluir a los diferentes, para encerrarnos en nuestra burbuja, para volver de nuevo a ese mundo de buenos -nosotros- y malos -todos los que no somos nosotros-. Hay que defenderse de los ataques de los violentos, pero eso no soluciona el problema. La violencia del islamismo fundamentalista no es contra Occidente, contra la forma de vida de las sociedades libres y democráticas. La mayor parte de los asesinatos, de los atentados se está realizando en sus propios países. Los cientos de víctimas son cristianos, europeos, pero, sobre todo, musulmanes que tratan de vivir en paz, niños y niñas que acceden a la educación que les puede dar la libertad. Los terroristas y quienes les forman, les dirigen y les controlan quieren acabar con todo lo que no sea su pensamiento único, cerril, restrictivo de toda libertad, especialmente de las mujeres. Su enemigo es el progreso. «Las masas humanas más peligrosas, escribió Octavio Paz, son aquellas en cuyas venas se ha inyectado el veneno del miedo… del miedo al cambio». Contra eso hay que actuar. No basta con defender Europa. El pasado reciente indica que Occidente cuando ha actuado en Irak, en Afganistán y especialmente en Siria y Libia, no ha logrado frenar el crecimiento del fundamentalismo ni llevar la paz ni dejar esos países en manos de los musulmanes capaces de construir sociedades modernas, más justas, más libres, Hay un Islam culto, con una cultura de siglos de la que en España tenemos fantásticos testimonios, al que hay que apoyar para acabar con los asesinos y los terroristas. Si dejamos que éstos aterroricen a sus ciudadanos y se adueñen de sus países, acabarán siendo los gobernantes del mundo. Al miedo no se le puede vencer con miedo sino con inteligencia y unidad.