Antonio Casado

Terrorismo y terrorismos.

En primera fila de la masiva manifestación antiterrorista de Paris estaban el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, y el presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abbas, los dos principales actores políticos del conflicto de Oriente Próximo. Eso sí, a prudente distancia, no fueran a contagiarse excesivamente del espíritu de unidad contra la barbarie y solidaridad en el sufrimiento que ha brotado en Europa tras los atentados de la yihad islámica.

¿Estamos seguros de que Netanyahu y Abbas, llegado el caso, compartirían un común relato sobre la naturaleza del terrorismo o una misma definición del fanatismo sin dejar de mirarse a los ojos? Lo dudo. Y ustedes también lo dudarán si hacen memoria y reparan en la respectiva forma de librar aquella guerra de patrias, unos desde la contundencia de un Estado militarizado y otros con la capacidad de hostigamiento que permiten los escasos recursos de un pueblo sometido en su propia tierra.

La palabra «terrorista» no se les cae de la boca a los dirigentes de Israel cada vez que desde Gaza les cae uno de esos cohetes con los que dan señales de vida los sufridos habitantes de la famosa franja. La misma palabra y el mismo concepto centran las quejas de los palestinos en general, y los gazaitíes en particular, cuando el Ejército israelí lleva a cabo sus sangrientas represalias. El abajo firmante no estaría dispuesto a distinguir entre un terrorismo y el otro, y mucho menos entre uno bueno y otro malo.

Vamos a la derivada doméstica para hacernos una mejor idea de la incierta unidad antiterrorista escenificada en la masiva manifestación de Paris. Me refiero a la frustrada declaración del Parlamento Vasco sobre los atentados que han costado la vida a diecisiete personas, en la redacción del semanario Charlie Hebdo y en una tienda judía. No hubo manera de consensuar un pronunciamiento sobre estos criminales atentados a causa de un párrafo en el que se constataba que Euskadi, «por haber sufrido durante muchos años los efectos criminales del fanatismo», «siente de forma muy especial la agresión perpetrada en París contra la convivencia y la libertad de expresión».

Los 21 diputados de EH Bildu (antigua Batasuna) se negaron en redondo a que se tratase de comparar lo de la yihad con lo de Eta. Esta organización adujo que «es un error mezclar la denuncia de este ataque cruel contra los derechos humanos y democráticos con otro tipo de violencia». Ya me dirán ustedes qué podemos pensar de quienes nos proponen distinguir entre el asesinato a sangre fría de Miguel Angel Blanco (y ochocientas personas más) y el asesinato a sangre fría de unos periodistas francesas o un gendarme malherido en plena calle.

Algo habríamos avanzado si después de lo de París estuviéramos todos de acuerdo en aceptar que el fanatismo es el rasgo común de todos los terroristas. Añado: también el de quienes los apoyan predicando la «guerra santa» o la «socialización del sufrimiento».

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