Esther Esteban

Adiós al Savoy.

Si yo tuviera sólo un ápice de su maestría, de su pluma genial, de su sórdida manera de entender las cosas para encontrarles un sentido menos brutal tal vez hubiera escrito cosas como las que él escribía. Si yo fuera al décima parte de lo inteligente que él, si hubiera sabido preservarme de los focos y las cámaras agarrándome sólo a las palabras, como quien se aferra a un clavo ardiendo, tal vez hoy me sentiría un poco menos triste por su marcha. Nunca le conocí pero le admiré profundamente desde la cercanía de la lectura de sus artículos y sus libros o escuchando su voz en las ondas. Alguna vez estuve tentada de llamarle pero no lo hice, aunque le fui de una fidelidad infinita y seguí su recorrido por distintos medios de comunicación. Compré sus libros y los regalé pero nunca le hice llegar ninguno aunque sólo fuera para tener una dedicatoria o simplemente su firma.

Me he enterado por la radio que se ha marchado José Luis Alvite, que ya no volveré a leer sus columnas descarnadas que golpeaban conciencias lo pretendiera o no, ni tampoco volveré a imaginarlo entre el humo del Savoy, que se ha quedado en silencio. He oído a Carlos Herrera leyendo la carta en la que le comunicaba que, según su oncólogo, la situación era muy comprometida y me he quedado más que triste, un poco más sola. No le conocí pero le leí y sé que si yo hubiera tenido aunque sólo fuera aún ligero soplo de su genialidad podría escribir alguna cosas como ésta, que publicó en el periódico La Razón:

«Un tipo intenta meterse de madrugada en problemas para ser parte del submundo sórdido que le fascina, y fracasa porque su conciencia le devuelve al lugar del que venía, igual que al nadador que bracea mar adentro le fallan las fuerzas y el oleaje le devuelve sin remedio a la orilla. Como me dijo un tipo duro, ‘por extraño que parezca, amigo, en este ambiente, para ser uno de tantos no vale cualquiera, y no me pidas explicaciones, porque lo único que podría contestarte con seguridad es que en este mundo no se entra como consecuencia de un esfuerzo ni por una vocación, sino por una fatalidad, y eso significa, muchacho, que de repente te encuentras en medio de todo esto y sabes que has llegado hasta aquí huyendo de ti mismo, igual que el caballo que se presenta destacado en la meta porque quería huir del jinete que lo monta’. Aquel tipo tenía razón y jamás dudé en seguir sus consejos. Meses después de aquello recordamos lo que me había dicho tanto tiempo atrás y se disculpó: Hablé demasiado entonces. Una frase larga malogra cualquier idea y yo aquella noche respiré muy poco al hablar. Espero que hayas dominado tu conciencia. Es fundamental que lo hagas o estarás perdido. Haz las cosas según se te ocurra hacerlas, amigo, en la seguridad de que algún día encontrarás una buena razón para haberlas hecho. Y ahora me callo antes de caer en el mismo error de la otra vez. Solo una cosa: En este mundo sólo ganarás tu prestigio gracias a haber jodido tu reputación».

Aquel tipo volvía a tener razón. Ciertamente, para ser uno de tantos en aquel ambiente no valía cualquiera. El caso es que yo me decidí a intentarlo porque quería saber qué siente un hombre cuando descubre que es por culpa de una de las chicas del garito por lo que a veces llega Dios tarde a la iglesia» ….. Ya no habrá más Historias del Savoy, ni Almas del nueve largo, ni Humo en la recámara, ni Lilas en un prado negro… Ni otras tantas historias pequeñas pero grandes historias. No le conocí, se ha ido y yo me siento un poco más sola pero siempre queda y quedará su lenguaje descarnado y canalla y el placer de la relectura. Descanse en paz el periodista, nieto, hijo y sobrino de periodistas que tan buenos momentos me ha proporcionado.

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