Este 23 de enero de 2015, escribe David Torres en Público una columna titulada ‘Alvite en el Savoy’ en la que arranca diciendo:
Me enteré de la muerte de José Luis Alvite poco antes de volver de Tailandia, mientras consultaba internet en el vestíbulo de un hotel de Phuket. Era cerca de medianoche y lo primero que me pasó por la cabeza fue el dolor de la pérdida, lo segundo la pena de no volver a leer una columna suya y lo tercero la absurda idea de que, como llevaba seis horas de adelanto respecto a España, quizá Alvite no se me había muerto todavía, quizá aún me daba tiempo a llamarlo, a hacerle esa llamada que nos teníamos prometida tanto tiempo atrás y oír por última vez su voz tierna y póstuma.
Añade que:
En ese ensueño imposible de Phileas Fogg intentando abofetear el planeta vuelta atrás como Superman para recobrar a una novia, únicamente me consoló el hecho del bar que acababa de descubrir en Karon, uno de los pocos lugares que compensaban el espanto de una isla paradisíaca arrasada por las hordas del turismo.
Y concluye que:
Alvite escribía siempre al límite, estirando las fronteras del lenguaje, escarbando con humo en los pulmones.