Esta vez no es el cartero quien llama dos veces, sino los ex. Ya se sabe que, entre antecesor y sucesor, resulta inevitable una relación tirante, en la que el primero reprocha al segundo que no haya seguido sus dictados, y el segundo pide al primero que deje de tutelarle de una vez. Pues eso es lo que está ocurriendo entre Aznar y Mariano Rajoy, en el PP, y entre Zapatero -y quizá Felipe González- y Pedro Sánchez, en el PSOE. Del otro ex que estos días ha saltado a los titulares, el ex tesorero del Partido Popular Luis Bárcenas, que anda suelto por las calles de Madrid y quién sabe si pronto por los platós televisivos, sus sucesores en las responsabilidades de la sede de Génova no quieren ni oír hablar, aunque mucho se temen que sí, que oirán hablar bastante de Bárcenas… y a Bárcenas.
Un resumen de lo ocurrido esta semana no puede evitar la referencia a la salida de Bárcenas de prisión, tras año y medio entre rejas quizá meditando una venganza a plazos -lo primero que dijo al salir ya fue inquietante: ‘el PP y Rajoy no tienen nada que temer’ de él-. Como no puede evitar detenerse un instante en el discurso, sin una sola referencia, sin una sola alabanza a Rajoy, del ex presidente del PP y del Gobierno José María Aznar, inaugurando la convención ‘popular’. Un multitudinario cónclave que este domingo registrará el discurso acaso más importante, más comprometido, en la vida política del actual jefe del Gobierno y del partido que lo sustenta, del hombre con más poder en España, es decir, no otro que Mariano Rajoy Brey. Y también hay que hacer una parada obligatoria, claro está, en la finca socialista, gracias a esa creo que bola de nieve crecida a raíz de la divulgación de una cena entre Zapatero, Bono, García Page y el parece que omnipresente líder de Podemos, Pablo Iglesias. Deambulé por la convención del PP en su jornada inaugural, constatando dos cosas: una, que el partido gobernante es una formidable máquina preelectoral. Y dos, que tiene mala suerte, por ponerlo de algún modo. Un responsable autonómico ‘popular’ me decía por los pasillos, con gracia, que «cada vez que organizamos una cumbre de estas para potenciarnos, entra alguien en la cárcel o sale de ella». Y luego, para rematar la faena, un discurso inaugural, por cierto muy glosado, de un Aznar que no parece feliz con la trayectoria de su sucesor. A ver qué nos dice en las próximas horas, desde la tribuna de oradores, este Rajoy que se sabe líder del único partido cohesionado en estos momentos, pero un partido sobre cuya cabeza penden demasiadas amenazas a las que tendría, pienso, que hacer frente con otra comunicación y diferente talante. En el campo de enfrente, en el PSOE, he podido constatar el horror de no pocos candidatos autonómicos y municipales ante ese ‘globo hinchado’ o la ya citada bola de nieve que se ha montado en torno a presuntas o reales intervenciones en la sombra de Felipe González o Zapatero a favor de una toma del control del partido por parte de Susana Díaz y frente a la continuidad en la dirección de Pedro Sánchez. El propio secretario general me desmintió cualquier desavenencia con González, y tiendo a creerle. Y creo también que la presidenta de la Junta andaluza bastante tiene ya con su convocatoria anticipada de elecciones. Por lo que respecta a Zapatero, me parece que el ex presidente pinta muy poco en el organigrama socialista. Y, por otra parte, no creo que haga mucho daño que se entreviste o no, en público o en secreto, con ese Pablo Iglesias que lo mismo está en Atenas apoyando un presunto triunfo de Syriza que en Valencia arengando a los miles de personas que se arraciman para escuchar su verbo fluido* en el que no se incluyen, claro está, referencias a las actividades económicas de su ‘número tres’, Juan Carlos Monedero, que ya en el apellido lleva la penitencia, y que ha desconvocado, ante la que está cayendo, alguna comparecencia con medios que estaba concretada para la semana que entra. Los ex altos cargos «deben ayudar o callar», dijo, ante todo este ruido, quizá más mediático que otra cosa, uno de los dirigentes socialistas más serios y profundos que existen en estos momentos, el presidente asturiano Javier Fernández. Y algo semejante le he oído en alguna ocasión a un vecino de Fernández, el presidente de la Xunta gallega, Alberto Núñez Feijoo, otro político a quien se escucha decir muy pocas tonterías, o ninguna. Pero ya se sabe que el papel del ex siempre es complicado: o convertirse en ese ‘jarrón chino’ que estorba y nade sabe qué hacer con él, y del que hablaba, con retranca, Felipe González, o… devenir, quiéralo o no el ex -que algunas veces sí que quiere-, en una pesadilla para quien intenta, en momentos no poco complicados, gobernar la nave.