Fernando Jauregui

Dos Europas: la de Tsipras… y la de Rajoy

A veces, uno no sabe si alegrarse o lo contrario ante el hecho de que las giras europeas de Tsipras y de su ministro de Finanzas, Varoufakis, a quien los y las columnistas han convertido en el hombre más famoso del Continente, no hayan incluido a España. El nuevo primer ministro griego y su descorbatado ministro han recibido el abierto rechazo de Alemania -y no hablemos de la gélida acogida en el Eurogrupo, donde Dijsselboem, su presidente, casi niega la mano a Varoufakis-, la desdeñosa perplejidad británica, alguna palmadita más o menos amistosa de Hollande-Valls y una corbata de regalo procedente del italiano Matteo Renzi, la ‘estrella ascendente’ de la política mediterránea. De España, más allá del protocolario telegrama que le envió Rajoy cuando se constató su victoria electoral, Tsipras no ha recibido, hasta ahora, más que silencio. Bueno, y recordatorios por parte de Luis de Guindos de que Grecia debe a nuestro país nada menos que veintiséis mil millones de euros. Ahora, es posible que Tsipras y Rajoy se encuentren cara a cara en el próximo Consejo Europeo de esta semana. Emoción: ¿qué se dirán el hombre que representa las esencias-conservadoras-de-la-Vieja-Europa y el que parece que ha venido a romper tradiciones, consensos y estabilidades?

Tengo para mí que el Gobierno español, y su diplomacia, podían haber andado algo más activos a la hora de pesar sobre la marcha europea, en general y a la de pronunciarse sobre lo ocurrido en el país heleno, en particular. Ha resultado, al menos para mí, llamativo que la primera gira de Tsipras dando (y pidiendo) explicaciones sobre lo que piensa o no hacer como miembro ‘rebelde’ de la Unión, no haya incluido para nada a España, un país al que en Atenas se considera, por lo visto, como un aliado, o seguidor, fiel de las ortodoxias alemanas implantadas por el indestructible tándem Merkel-Schäuble. Y la verdad es, por otro lado, que a Rajoy no le ha ido mal con esta política seguidista, para qué nos vamos a engañar. Pero también es cierto que la falta de peso político de nuestro país es, en comparación con su talla económica y con las perspectivas que las grandes cifras nos otorgan para este año, muy considerable.

En algún momento deberán enfrentarse estas dos concepciones tan antagónicas de por dónde debe ir Europa. Tsipras puede que represente lo nuevo, las ansias de cambio que muestran algunos millones de europeos descontentos, empobrecidos, faltos de participación en la representación ciudadana de la política. Rajoy sin duda encarna no sé si lo viejo, pero sí el conservadurismo que otros millones de europeos ligan al bienestar, a lo seguro, a la pertenencia a un club que, de acuerdo, está liderado por Berlín, pero este liderazgo, si bien se mira, no está resultando tan malo. El caso es que Grecia es la ‘default’ y España promete un crecimiento este año incluso superior al de Alemania, que es algo que nos cuentan que hace fruncir el entrecejo en el Kanzleramt, que es como comúnmente se conoce al Bundeskanzler que aloja los despachos de la cancillería germana.

Puede que ese momento del ‘cara a cara’ haya llegado ya. Los asesores de Rajoy en materia diplomática, que hay que reconocer que son sólidos, han renunciado a piruetas imaginativas. Bastante hizo el presidente español acudiendo a Atenas para participar en la campaña del perdedor seguro, el conservador Samarás. Ahora toca seguir aferrado al palo mayor germano frente al oleaje procedente del Egeo, faltaría más. Pero seguro que esa foto del encuentro -buscado o fortuito_entre el severo Rajoy y el descorbatado -si es que decide mantener esa estética_Tsipras va a ser la más buscada por los reporteros que acudan a la ‘cumbre’ del Consejo. Y será muy interesante escuchar, por fin, lo que Rajoy tiene que decir sobre lo que ocurre en Grecia, que ya se sabe que tiene un ojo puesto en ese Podemos que ya parece estar tocando techo, un techo muy alto eso sí, en las encuestas, y oír también lo que Tsipras tenga que decir, si es que tiene algo que decir, sobre el correligionario español de su adversario político Samaras.

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